COMPRENDER Y ENTENDER
A veces la extensión semántica de dos léxicos pueden tener en común una gran cantidad de rasgos que las hacen equivalentes en muchas aplicaciones, pudiéndose en ellas considerarlas sinónimos, lo que no impide que existan empleos donde una y otra no sean reemplazables, al menos cuando se desea un uso preciso de cada léxico. Según cada lengua, el uso de un lexema puede ajustarse más o menos a determinadas aplicaciones, existiendo o no alternativas para exprimir un significado unívocamente, lo que cuando no se encuentra ha de realizarse mediante una perífrasis especificativa para indicar el significado que quiere referir el hablante. En filosofía es bastante frecuente definir la extensión con la que se emplea una palabra, a fin de que su posible interpretación sinónima, o simplemente amplia, no oscurezca el pensamiento que se analiza.
En la lengua castellana existen dos términos lingüísticos: comprender y entender que se utilizan muy comúnmente como sinónimos, porque pueden funcionar como equivalentes en multitud de contextos, sin embargo en el análisis del conocimiento es muy útil marcar diferencias entre esos dos conceptos que ayudan a distinguir la realidad de dos procedimientos psíquicos diferenciados. Para el contenido del presente artículo se toma como valor léxico de comprender: el conocer los efectos tal y como se muestran en la realidad. Para entender: analizar y descubrir los procesos que hacen a cada realidad ser como es. El valor de uno y otro distinguen al grado de penetración sobre las causas que producen la realidad. Comprender una realidad incluye especificar los contenidos de verdad que la pueden definir como real. Entender esa misma realidad supone especificar las causas y sus condiciones de verdad que la hacen ser lo que es. Desde estas diferenciadas definiciones se puede concluir que entender incluye comprender, pero comprender no agota la extensión de entender, cuando ésta especifica las causas que hacen no sólo que un efecto sea, sino que sea como es.
En el ámbito de la introspección -la que facilita el conocimiento propio- existe un itinerario que comienza con la comprensión de la actividad mental, de la personalidad, de la realidad psíquica... que vienen a definir lo que la persona humana es tal y como ella misma se percibe y conoce. Esa comprensión es lenta, fundándose progresivamente en el conocimiento de su modo de obrar. Es un procedimiento de reconocimiento de constantes en las respuestas verificadas a los estímulos externos. Así uno mismo aprende a definir su carácter, los rasgos genéricos de su personalidad y los hábitos de respuesta consolidados. Un segundo momento de la introspección es la de entender por qué se es así, o sea identificar las causas internas y externas que nos inducen a ser de una determinada manera, a cuyas ideas poder aportar intuiciones para razonar la capacidad de actuar sobre esas causas, modificando su determinación.
Solamente entendiendo los procesos que inciden sobre los pensamientos, deseos y obras que cada persona realiza se puede configurar un plan personal para rectificar los actos que se consideren que no son conformes con la personalidad que cada cual desea para sí. Del mero comprenderse se puede deducir la conformidad o disconformidad interior con las acciones propias, e incluso considerar que corresponda a la naturaleza humana el determinar que hayan de ser así, porque mientras no se entiendan qué las motiva, salvo por el consejo externo, difícilmente se podrán rectificar.
Comprender y entender a los demás podría parecer una tarea imposible, ya que el conocimiento por la percepción sensible sólo capta la objetividad de las obras ajenas, pero poco se trasluce por ellas de los estado de conciencia. La puerta a ese mayor conocimiento psíquico de los demás se fundamenta en una aplicación de semejanza desde la comprensión del mundo interior personal. Para entenderlos también se pueden utilizar los recursos respecto al conocimiento de las causas personales que dirigen el propio comportamiento, pero hay que hacer la salvaguarda de que las causas pueden ser muy distintas en otras personas, y por ellas el esfuerzo de entenderlas requiere la complicidad de la sinceridad ajena.
Esa dificultad para llegar a descubrir las causas que motivan los comportamientos ajenos es la razón de que en la convivencia común se pueda comprender a los demás, aunque se tenga una personalidad muy opuesta, pero llegar a entenderles es una habilidad más difícil, ya que no basta trasladarse mentalmente a sus circunstancias, sino descifrar las causas de las mismas. Por esa semejanza que se puede realizar con respecto al análisis de los influjos de la propia personalidad, puede ser más accesible entender a las personas con quien se comparte género, educación, carácter, etnia... pero siempre será en lo que de común se comparta o aquellas otras cuestiones en las que se puedan interpretar aproximaciones mentales.
Saber distinguir lo que se puede comprender y lo que se puede entender facilita la convivencia se si acepta que aun con las personas más próximas, por más que pasen los años, quedarán reductos de incomprensión, pero sobre todo de falta de entendimiento, con lo que ello lleva consigo de no poder compartir un proyecto de regeneración en común.