PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 68                                                                                        MAYO - JUNIO  2013
página 6

LIBERTAD DE MATRIMONIO

 
Más o menos aceptado en cada sociedad y en cada época, una de las grandes aspiraciones de libertad de las personas ha estado en contraer y organizar el matrimonio sin más condicionantes que la guía de la voluntad de los contrayentes.
Desde las más antiguas civilizaciones el matrimonio se debate entre ser una institución social o una institución personal. En la medida que la familia estaba insertada en el clan familiar, el matrimonio, como incorporación a la familia, implicaba una relación tan intensa en el clan o tribu que exigía una cierta conformidad del entorno a la incorporación al grupo del muevo miembro. Esto se concretaba en condicionantes de posición, dote, capacitación, salud, fortaleza... pues en cuanto la amplia familia también era muchas veces entidad laboral y económica se postulaba por quien pudiera aportar en positivo a la comunidad, más que al interés particular del contrayente.
En la medida que el individuo a marcado su espacio propio dentro de la sociedad, reivindicando la libertad personal para proyectar su vida de acuerdo a su única razón y voluntad, el matrimonio ha ido evolucionando hacia un acuerdo de los contrayentes progresivamente concertado con independencia del criterio o parecer del entorno social. De este modo la institución se aleja de las convenciones sociales para centrarse en una relación a gestionar tanto la convivencia de la pareja como la de la descendencia, ya que, en la medida que los nuevos padres experimentan la libertad decisoria, se capacitan para comprender la legítima independencia de los hijos.
La libertad de matrimonio abarca la independencia respecto al entorno social y la concepción personal de la responsabilidad matrimonial. Eso se materializa en que las personas que deciden emparejarse en una vida estable en común puedan considerar formas de configurarlo distintas a las que arrastraba tradicionalmente la sociedad, sin que ello tenga necesariamente que confundir respecto al propósito mutuo de convivencia. Formas de matrimonio religioso, civil o de hecho conviven en muchas sociedades con una enorme aceptación de las nuevas generaciones y el recelo de los tradicionalistas. Los más jóvenes sustentan su libertad de elección de la forma social de estado en la coherencia ideológica y en la concepción de valores personales, a los que sólo se les confiere trascendencia social por la realidad e intensidad con que se vive. Desde esa concepción, el matrimonio refleja en la sociedad lo que realmente es, y no convenciones sociales que hubieran de determinar la forma de vivir.
Esa realización de la libertad en el matrimonio, que constituye uno de los signos de la independencia social, puede que entre en conflicto con la institución matrimonial tradicional, pero su trascendencia social viene demostrando como respecto a la vida común y la educación de los hijos perviven un gran porcentaje de reflejos de la familia en que se fueron educados los padres, porque el ser humano se muestra generacionalmente más rebelde a las formas estructurales de la sociedad que a los modos de realización de esa estructura, que se continúan perpetuando en lo que de razonable tienen, porque el ser humano no deja de tener, como casi todos los seres vivos, recelo a lo desconocido, apostando en la responsabilidad de lo que el sentido común aprueba como seguro por experimentado.
 

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