ANTISISTEMA.
Existe en el mundo occidental grupos de personas que abanderan una crítica del sistema social vigente, de modo tan radical que se les conoce genéricamente como antisistemas. De su discurso -por sus actos más que sus palabras- podría decirse que repudian tanto al sistema vigente que reivindican una sociedad asistemática, pero ¿es posible la sociedad sin sistema?
La sociedad en esencia es un conjunto de relaciones que unen a un grupo de personas. Aunque esas relaciones crezcan desde las bilaterales a las que relacionan a un grupo más numeroso de personas, la característica de un colectivo que se pueda denominar sociedad es que posea relaciones que vinculen a cada individuo con el resto del grupo. La sociedad no es una simple yuxtaposición de relaciones bilaterales, trilaterales, etc., sino la red que une a cada una con todas las demás para atender cada necesidad. En esa red pueden converger relaciones que se oponen entre sí, por lo que para que no se neutralicen deben coexistir entre mudos diversos, lo que no la daña sino que expresa la génesis de la multilateralidad de sus miembros. Esa variedad no impide que existan coincidencias de interés común en muchas de esas relaciones, lo que progresivamente va configurando un sistema donde los haces de intereses mutuos más fuertes se refuerzan garantizando la vigencia de su conexión en el conjunto de toda la red. Esa red o esa sociedad creada desde la multilateralidad de las relaciones se confiere un sistema de funcionamiento cuya esencia es facilitar llevar a buen fin el máximo de las comunicaciones posibles, para lo que crea códigos comunes que faciliten el entendimiento -tómese por ejemplo la importancia de conferirse una lengua-. Dado que la eficacia de esos códigos depende de su implantación, es por lo que el sistema sólo se puede considerar social cuando logra conectar a todos sus elementos y repercute de cada uno de ellos sobre los demás la identificación con el mismo.
Negar un sistema para la sociedad es afirmar la ausencia de relaciones comunes comunitarias, como si cada elemento singular se bastara a sí mismo como un Robínson Crusoe viviendo contiguo a otros Crusoes. Desde el momento que todos ellos concertaran el beneficio común de colaborar ya se estaría estableciendo un compromiso de relaciones, que según se engrandecieran generaría un sistema. No deja de ser curioso cómo esas reivindicaciones de autarquía asemejan a grupos tan dispares como anarquistas y liberales, que en su desmedida independencia conciben una sociedad en la que se sustituye un sistema multilateral por la posición de fuerza con la que cada cual pueda imponer su voluntad.
Es probable que mucha de la denominada crítica antisistema no lo sea a la naturaleza misma del sistema social, sino a la realidad de vida que ese sistema transfiere a la comunidad. Esto no negaría el sistema sino tal sistema.
El sistema de red social inherente a toda sociedad pasa a jerarquizarlo la política, que sin ser su verdadero sujeto -que lo es el pueblo quien crea esas relaciones-, ya que no crea esas relaciones, se constituye como gestora de una estructura que las ordena según un interés político, que representa la concepción de una jerarquía de intereses concebida para perpetuarse en el poder.
Concebir el antisistema como un fin en sí mismo no deja de representar una pataleta irresponsable contra la sociedad, ya que si lo que se quiere denunciar es un sistema el método debe incluir las bases y desarrollo de una estructura alternativa que haga suyas las reivindicaciones que los ciudadanos aspiran sean reconocidas por la política como reflejo auténtico de las esencias de sus relaciones. Es un suicidio social pretender prescindir de un sistema para reformar el Estado, porque una sociedad sin sistema es el entorno propicio para el autoritarismo, que ignora la forma ideal de relacionarse la sociedad misma. Sólo consolidando un sistema ampliamente respaldado por los ciudadanos se puede aspirar a estructurarlo con formas de participación ciudadana que conduzcan a una mayor trasparencia de la política y a un permanente control de la vida pública hasta hacer que progrese de acuerdo a la auténtica voluntad popular.