OPINIÓN POLÍTICA
La adecuación del modo de pensar de las nuevas generaciones está impulsando un cambio político en los grandes partidos, que han gobernado durante décadas como poderes autoritarios, a una más deseada auténtica representación del sentir popular en las decisiones de gobierno. Esta tendencia se ha visto reforzada por la crisis internacional, por la que la mayoría del pueblo se ha visto atacada en sus derechos, percibiendo cómo sus gobiernos se han apresurado a apuntalar antes a las instituciones económicas que han propiciado la crisis que a los ciudadanos que mayoritariamente la han padecido.
La carga de responsabilidad de las grandes ideologías que sustentan los partidos de gobierno, bien por acción o por omisión, no se escapa al juicio de la mayoría del pueblo, que considera que esa responsabilidad se concreta en tres deficientes modos de actuación: 1ª El triunfalismo de no informar a la ciudadanía de las debilidades avenidas al sistema. 2ª La discapacidad para pactar una política realmente de Estado entre los grandes partidos, que se identificara con las preferencias de la mayoría, y no de escorar esas decisiones hacia los fundamentalismos ideológicos. 3ª La tolerancia con la corrupción.
Contra esa tendencia crítica de la población se alzan voces reivindicando la profesionalidad política de los partidos tradicionales como antídoto al populismo. Quizá para ello se necesite que los partidos muestren esa profesionalidad mediante la demostración de que avalan el sistema de representación trasladando a las instituciones las verdaderas expectativas ciudadanas, ofreciéndoles soluciones a las demandas que por propio derecho demandan. Ignorar el sentir ciudadano reclamando el que la política esté a su servicio es negar el principio efectivo de representación democrática, aunque se guarden sus formas. Lo que los grandes partidos traslucen de su acción de gobierno cuando no guardan sintonía respecto a las reivindicaciones mayoritarias del pueblo es el desprecio a la opinión popular, como si los políticos, con desdén, reconocieran como ignorantes a sus electores del propio interés.
Las técnicas de los nuevos tiempos permiten a los políticos estar informados día a día de la opinión de los ciudadanos. Encuestas, estudios de opinión e información de medios facilitan saber el porcentaje de aceptación de cada una de las decisiones legislativas y gubernativas emanadas del poder. Aproximarse a los criterios mayoritarios de la población debería ser una obligación ética de las autoridades públicas, quienes poseen el cargo por delegación y representación de los votantes. Considerar que se obtuvo legitimidad para obrar por el anterior resultado electoral es tan cierto como que entre votaciones la soberanía política sigue perteneciendo al pueblo, que aunque institucionalmente no pueda pronunciarse, no por ello debe ser violentada cuando todos los indicadores sociales muestran claramente su intención. Los legítimos poderes públicos no sólo deben respeto al pueblo sino también lealtad, la que se materializa en la permanente disposición de estar a su servicio, lo que no se realiza cuando se tiene por cierto haber perdido la confianza que se les otorgó en la anterior elección.
Saber jugar los tiempo en política no debe entenderse como administrarlos a tenor del propio interés, como suelen hacer pos partidos, sino adecuarlos al interés público según la opinión mayoritaria que en cada memento se perciba. Por ello corresponde a los presidentes remodelar los gobiernos sustituyendo a aquellos políticos que generan rechazo generalizado en la población. Considerar que se puede cambiar la sociedad desde el poder es una de las inclinaciones de todos los políticos autoritarios, quienes detestan reconocer la soberanía popular, desfigurándola mediante la manipulación propagandística a través de los medios dominados por el aparato estatal, presentando una sociedad irreal y muy diferente de la que bien conocen ellos y el resto de los ciudadanos, por los estudios independientes que, hoy más que nunca, permiten difundir la opinión cierta de la nación.