A Dios nadie le ha visto
jamás. Esta inaccesibilidad de Dios a las percepciones de los sentidos
hace que todo cuanto de Él se pueda saber haya de proceder por vía
de intuición, lo que hace que no pueda existir una demostración
científica de su naturaleza. Siendo Dios espíritu, la posibilidad
de conocimiento depende de cuánto Dios se muestra al alma, que siendo
también espíritu puede informarse en su entendimiento, mediante
una intuición comunicativa, de lo que Él le revele de su
esencia y existencia.
Como el conocimiento intuitivo en el alma humana sólo puede
expresarse de acuerdo a la abstracción mental formalizada a partir
de las percepciones habidas en la vida, el concepto propio de Dios que
cada persona puede tener depende no sólo de las posibles intuiciones
de su espíritu, sino también de la capacidad mental habilitada
por su ordenado saber sensible e intelectual, desarrollado o aprendido.
Todo ello hace que el concepto que de Dios se puede poseer esté
limitado por la intensidad de la intuición espiritual, que nunca
puede abarcar una infinitud, como a la naturaleza de Dios se atribuye,
sino que además de lo que se pudiera llegar a intuir posiblemente
sólo parte podría llegar a expresarse mediante conceptos
formales del lenguaje con el que se piensa.
Este saber sin saber de lo que se intuye y no se puede expresar representa
en gran manera el mensaje universal de los místicos de todas las
religiones, que advierten que cuánto más se intuye por la
meditación de la esencia de Dios, más se sabe lo que resta
por saber.
Ese conocimiento limitado y parcial que puede alcanzar el ser humano
es el que, como tales, pueden tener los profetas que asumen la autoridad
de la predicación de Dios. La responsabilidad del deber de comunicar
la experiencia intuitiva de la revelación de Dios no debería
obviar que todo mensaje está condicionado por la interpretación
personal que el descifrado de la intuición al lenguaje presupone;
por lo que debe entenderse que todas las religiones presentan una doctrina
que puede ser más o menos acertada, pero que de seguro sólo
contienen una exposición muy limitada de la realidad de Dios. Desde
esa perspectiva puede comprenderse mejor la diversidad de religiones y
confesiones que hablan de Dios y de la relación del hombre con Dios
con contenidos a veces comunes y universales, otras distintos y a veces
contradictorios. Se debe tomar en consideración que todo cuanto
se predica se somete a la mediación de la mente del predicador y
tanto como lo que cada cual en la meditación intuye cuesta definirlo
para su transmisión.
Unas de las diferencias de doctrina entre las religiones es el fundamento
de las naturaleza de la real relación entre Dios y el hombre, porque
de lo acertado que pueda llegar a definirse la configuración de
esas relaciones se sigue un aplicación muy diversa para la vivencia
de la religión. La piedad, la moral, la liturgia, la ascética,
la pastoral, etc. de la religión están plenamente influidas
por la concepción de la relación hombre-Dios que se intuye
y se predica. Así unas religiones se fundamentan en una configuración
de relación Creador-criatura, otras Paternidad-filiación,
otras Soberano-súbdito, y cuantas otras muchas se puedan detectar
en las diferentes doctrinas religiosas, en las que muy posiblemente todas
tengan una justificación de autenticidad según se prioricen
unos y otros atributos que se intuyen de Dios.
La identificación de los fieles con la doctrina de su religión
depende mucho de que la experiencia religiosa personal refleje la adecuada
sintonía entre lo que la propia intuición detecta de cómo
Dios se le muestra y el contenido de lo que le han enseñado. Por
eso una gran parte de la entidad de la fe descansa en la relación
afectiva con que cada persona trata y se siente tratado por Dios.
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