EL ALMA ESCOLAR
A veces muchos educadores se preguntan por qué unas escuelas funcionan con gran rendimiento y otras, con estructuras similares, no. ¿Qué hace que un colegio funcione?
La respuesta quizá hay que encontrarla en la misma sustancia de la unidad escolar como empresa, pero no como empresa mercantil, sino como cooperación de esfuerzos múltiples dirigidos solidariamente para lograr un fin. Padres, profesores y alumnos esfonzándose -porque todo lo que en la vida vale exige esfuerzo- para que el rendimiento educativo de cada alumno sea positivo.
De igual manera que el alma invisible es el motor intuitivo que potencia la creatividad del hombre, el alma escolar supone la aplicación intelectiva del grupo para lograr la eficacia de la acción educativa. La actuación en grupo se proyecta en que con el esfuerzo común de todos se logre cada uno de los objetivos singulares, que es la educación de cada alumno según su carácter y personalidad. Ello refleja la unidad de todo el alma escolar. Como los alumnos no son objetos de educación sino sujetos activos educativos, o sea que se educan según enriquecen su propia personalidad, lo logran por incorporar los valores sociales que hacen realidad en el trato con los compañeros.
Los alumnos, como cualquier adulto, toma conciencia de su realización moral de acuerdo a la ética de sus obras. Disciernen el bien y el mal, la satisfacción del deber cumplido cuando ayudan a los demás y el reconocimiento del progreso cuando reciben apoyo de los demás. Su tarea profesional, que es estudiar y aprender, se puede orientar según el método escolar hacia la ardua tarea individual o la tarea en grupo, en la que cada uno asume, o intenta asumir, como objetivo el progreso colectivo de la clase. Puede parecer que ello recorta las posibilidades personales, pero madura desde la infancia el sentido de responsabilidad del carácter social del trabajo.
Educar en los valores sólo trasmite si se viven esos mismos valores. Por ello el alma escolar requiere la colaboración pedagógica del grupo de profesores, no sólo en la planificación de actividades y objetivos, sino sobre todo en el apoyo mutuo de solidaridad profesional, ya que si los profesores no se ayudan entre sí será difícil que transfieran ese ideal en la educación. Como todo trabajo en común, ninguno puede pretender imponer su criterio al cien por cien, sino esforzarse por razonar sus posiciones y consensuar una posición común que identifique las referencias esenciales de los valores a trasmitir al alumnado.
Cuando existe unidad en el profesorado, hay mucha tarea hecha para ganarse la participación y colaboración de los padres, que son parte esencial del alma de la escuela, porque la tarea educativa abarca la vida entera de los escolares, de modo que adviertan coherencia entre los valores que inculca la escuela y la familia. Es cierto que a veces la desestructuración familiar choca de frente con el esfuerzo profesional de los profesores, y es por lo que exige el máximo compromiso para incorporar a los padres al ámbito del alma escolar, haciéndoles comprometer sus mejores sentimientos como padres en la eficaz tarea de compensar los desequilibrios afectivos que pudieran presentar algunos alumnos. Integrarse en ese esfuerzo de apuntalar el alma escolar desde la responsabilidad tutorial de los padres no sólo coordina la acción educativa de los propios hijos, sino que sirve de revulsivo para la implicaicón de los profesores en la tarea, y ambs actitudes serán una referencia en el modo de comportamiento de los alumnos.