HUELLA DE LA COSTUMBRE
Desde la difusión de la negativa acción del hombre moderno sobre el ecosistema, ha mejorado la conciencia de responsabilidad personal para reducir los desequilibrios que trasmite cada individuo sobre el sistema. Quien más quien menos ha sido aleccionado sobre la huella ecológica que cada persona deja en función de la imposible regeneración en vida del efecto desbastador de su consumo, lo que quizá le haya ayudado a modificar en algo sus hábitos.
Una gran parte de la comunicación de los sectores comprometidos con la sostenibilidad inciden en la necesidad de reconvertirse a la vida sostenible mediante la reducción del consumo de los objetos que por su naturaleza o en su tratamiento de transformación aportan destrucción de recursos o contaminación ambiental de modo desproporcionado con su rendimiento de uso. Esa moderación y racionalidad ética que se pide a los ciudadanos debe ser aplicada en cada uno de sus actos, mejorando en consumo y reciclado, así como en el aprovechamiento de la eficacia energética de las nuevas tecnologías. No se trata de negar el progreso, sino de considerar que sólo es verdadero progreso lo que no contribuye al cambio climático, ni al agotamiento de los recursos naturales, ni a la explotación o discriminación de los seres humanos, ni a cualquier otro trastorno de la naturaleza.
El efecto de la huella del consumo sobre la sostenibilidad tiene dos dimensiones: La primera, que mide los efectos de los actos realizados en vida por cada persona; la segunda, que evalúa el efecto que sus modos de actuar han legado a las costumbres de sus descendientes y al entorno social sobre el que ha influido. Porque la huella de sostenibilidad de cada persona incluye la repercusión futura de sus actos, no en cuanto regeneración, sino en cuanto modelos de actuación para las generaciones futuras, cuyo punto de partida siempre es la herencia del modo social recibido, hasta que la conciencia crítica procede a ponerlo en cuestión.
Si la huella de consumo de las personas de un entorno social determinado es parecida, su huella sobre los efectos en las costumbres son muy distintos, pues la capacidad de influjo social vería mucho de unas personas a otras. La mayor responsabilidad estará en la efectiva trascendencia de los actos sobre las costumbres, así los legisladores, políticos, profesores, personalidades públicas, ídolos artísticos, publicistas, informadores, empresarios, etc. unen a su huella personal la repercusión que de sus propios actos pudiera derivarse en un futuro por las marcas establecidas sobre las costumbres y los comportamientos.
Se quiera o no, todas las personas del uso de su vida ceden un modelo a seguir para los descendientes, de cuyas consecuencias nadie puede eludir una cierta responsabilidad. Mantener una conciencia activa para interesar a la siguiente generación a la inquietud por mejorar progresivamente la huella humana sobre el impacto a la naturaleza forma parte de lo que cada uno con una coherencia de vida puede transmitir a los demás.