PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 7                                                                                                       MARZO-ABRIL 2003
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TAMBORES DE GUERRA






Qué distintas se ven las cosas desde cada parte de la tierra. Para quienes vivimos en el corazón de África el significado de la paz es bien distinto de lo que puede significar para los ciudadanos de New York. Si para ellos la paz representa la tranquilidad, para nosotros la paz significa, ante todo, supervivencia. La guerra en toda su crueldad presenta dos perspectivas: la del armado y la del inerme. La guerra para las potencias supone un juego de estrategias; para los pueblos en deficiente desarrollo, el espectáculo dantesco de la ruina, el hambre y la muerte.
Las guerras olvidadas de África, las que no conmueven la opinión de occidente porque aparentemente no les afecta en su vida, podrían servir para el análisis de la naturaleza social de la guerra.
Existen tres caracteres comunes a todos los conflictos:
   -  Los hombres de la guerra
   -  Ansia de poder
   -  Desequilibrio económico
Hombres de la guerra son los sujetos que conciben la guerra como el medio para imponer sus criterios en un determinado conflicto social. Al frente de cada movimiento belicista existe una mente perturbada que interpreta la destrucción del enemigo como el medio de su afirmación personal. Es común a los hombres de la guerra soportar un cuadro psicológico de egocentrismo que induce a considerar las discrepancias sociales como una amenaza a la perspectiva de su realización personal. Una paranoia que inevitablemente conduce a esta alternativa: victoria o muerte. Hombres de la guerra que constituyen la fuerza de su personalidad en la referencia de lucha para todos los que se movilizan tras la ambición de dominio en cualquiera de sus facetas.
El ansia de poder representa otro de los caracteres comunes de toda iniciativa bélica. Este segundo escalón es el que mueve a los caciques de las sociedades a secundar las iniciativas de sus lideres. Medrar en poder es la perspectiva de todo político, salvo para los pocos que asumen su rol como un servicio a la sociedad. Oficiales militares y cabecillas políticos se ofrecen para constituir los estados mayores que realicen las operaciones de exterminio del grupo social elevado a la categoría de enemigo. Significarse e identificarse con el líder se constituye en la garantía de una cota de poder tras la victoria.
De la capacidad de influencia sobre la moral de sus soldados depende en gran parte la constitución de un ejército real y eficaz, quienes, como casi siempre en la historia, siguieron por el botín o por la ofuscación de que la sociedad no era posible sin la aniquilación de quien estaba el otro lado del frente.
Pero uno de los caracteres que más induce a la guerra es la irrealidad que sigue a todo real desequilibrio económico. Quien cada día convive en la miseria es la persona más frágil para seguir y asumir un estado esperanzado de prosperidad tras su alistamiento en la lucha armada. Quien menos tiene aparentemente tiene menos que perder y mucho más que ganar. Esos dos objetivos mueven a muchos a luchar sin percatarse que de la destrucción de la guerra sólo se obtiene: más pobreza, más miseria, más dolor.
Son las sociedades más débiles las más frágiles a los intereses de las grandes potencias, que utilizan a los hombres de la guerra como sus baluartes para una explotación del tercer mundo que no sólo requisa sus riquezas naturales, sino que diezma a su población y la sume en la mayor de las pobrezas.
El día que los tambores callen y los africanos tomemos conciencia del poder de la paz y el trabajo, todos unidos, habremos verdaderamente nacido al desarrollo. Quizá sea esto lo más que mucho no quieren.