SINCERIDAD Y COMPLICIDAD
Uno de los contrastes del mundo actual respecto a décadas y siglos anteriores está en la estabilidad de los matrimonios, pues, salvo en los países donde la disciplina moral se impone por ley, en el resto del mundo aumentan las separaciones y los divorcios. Con frecuencias se atribuye esas novedades a circunstancias de coyuntura social, aunque principalmente las causas tanto del matrimonio como de su desunión provienen de la amistad que se mantenga entre quienes componen la pareja.
El matrimonio, en cuanto relación y no como institución, consiste en un amistad intensa y cualificada, que como toda amistad es un trato de consideración mutua que tiene como fin ayudarse en la propia y ajena realización. Se espera del amigo el apoyo tanto como se le brinda, caracterizándose el matrimonio en ejercerlo de este modo con independencia de compartir la responsabilidad de amar, cuidar y proteger a los hijos. Si desaparece esa amistad, aunque se siga conjuntamente atendiendo las obligaciones de custodia de los hijos, se puede afirmar que el matrimonio ha dejado de existir en lo más sustancial de su naturaleza.
Si la pareja se mantiene estable es porque existen valores o virtudes que hacen posible esa continuidad de la amistad, que como en todos los demás ámbitos de la relación cambia con el paso del tiempo y los acontecimientos que influyen sobre la personalidad. La estabilidad matrimonial no lo es porque la caracterización de la amistad no varíe con el transcurso de la vida en común, sino porque esa amistad se sostiene adecuadamente a los cambios que acontecen en cada miembro de la pareja.
Se suele considerar que la virtud que regula la pervivencia de la pareja es la fidelidad, en cuanto forma objetiva de responsabilidad positiva respecto al cumplimiento del pacto de mutua dependencia. La fidelidad suele ser consecuencia de la valoración real de la amistad y de las virtudes que hacen posible la afirmación permanente de esa amistad, ya que el proceso que garantiza la estabilidad es el que potencia el grado de amistad, no la simple contención en la atención a otras satisfacciones externas. Por lo que es conveniente analizar qué fundamentos son los que facilitan la fidelidad.
Buenos cimientos de toda amistad se pueden considerar la sinceridad, que avala la confianza como causa, y la complicidad, que justifica el fin. Entre las personas cabe una relación consecuencia de la percepción exterior y otra que además madura en el conocimiento de la personalidad, que abarca la estructura de la mente y la conciencia individual. La más simple es la que generalmente engloba el conjunto de los considerados como conocidos; la que penetra el conocimiento interno del modo de ser de la otra persona es la que genera los vínculos de amistad.
Por la percepción sensible de cada individuo se pueden computar muchos datos de otras personas, que reproducen una imagen que crea atracción o rechazo, cualificando una mayor o menor aceptación de la persona conocida. Ahí es posible valorar, además de los rasgos físicos, actitudes y modos de comportamiento, pero todo ello supone una representación subjetiva que no refleja la realidad del modo de ser de la persona observada. Conocer realmente a una persona exige penetrar su mente y su conciencia, lo que es inaccesible a la expresión externa de la personalidad sin la manifestación voluntaria de la conciencia de sí y su historia personal. Por ello la sinceridad será un referente necesario para profundizar en ese paso cualitativo que va del mero conocimiento a la amistad. En cuanto se quiera mantener y fomentar esa amistad, la sinceridad debe respaldar la confianza de la adecuación entre quien se es y el modo de ser sucesivamente manifestado, pues en el caso contrario la amistad estaría uniendo a una persona con la concepción distorsionada de la realidad de la otra, lo que más pronto que tarde conduce al desengaño.
La complicidad es la virtud que mueve a una pareja a aproximar sus voluntades para, desde la diversidad de las inquietudes mutuas, planificar objetivos comunes que precisan la concurrencia de ideas y modos de llevarlas a buen término. Es lo que en toda amistad atrae en función del apoyo que logra hacer más asequible un objetivo. Esa complicidad facilita logros de realización del modo de ser que requieren el concurso de otra persona, y que la simpatía de la pareja la facilita conseguir con asiduidad. Este hacer con el otro justifica la vigencia permanente del sentido de la amistad. Cuando falta la complicidad, cada elemento de la pareja se dispersa con otras relaciones para lograr la realización que anhela, lo que, teniendo sentido para determinadas apetencias, en general debilita los lazos de la pareja en tanto en cuanto se multiplican los lazos de amistad con los de afuera y disminuye el interés por participar en lo común.