PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 70                                                                                       SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2013
página 4


BURBUJA INMOBILIARIA
 
La vivienda constituye una necesidad de primer orden para el ser humano, porque es el espacio que se habita para hacer en él las necesidades de dormir, asearse, comer... un lugar donde tener las cosas propias y donde convivir con la familia. Esa necesidad universal de la vivienda, junto con la alimentación, se constituyen como objeto preciado para los mercaderes, ya que del hecho de su necesidad se deriva la oportunidad de negocio.
En siglos pasados, acceder a la vivienda elementalmente dependía del trabajo artesano para levantarse una edificación para guarecerse de las inclemencias del tiempo, construcciones que se mejoraban progresivamente con los recursos posibles. Hoy, en muchos lugares, con la propiedad del suelo y las leyes urbanísticas el problema esencial no es la construcción del inmueble, sino la oportunidad de disponer de una parcela de espacio donde ubicarse.
La carestía de la vivienda debería contradecir la esencia de las burbujas inmobiliarias, considerando éstas como una excesiva oferta incapaz de ser asumida por el mercado. Sólo cuando existe una perspectiva expansiva de la economía se puede justificar una oferta igualmente expansiva de la vivienda, pero existiendo una amplia oferta que cubre con exceso la demanda no se justifica el alza de los precios, que teóricamente debería seguir el patrón proporcional en la que la demanda excede a la oferta.
Como la vivienda es un objeto próximo de negocio por su grado de necesidad, caben injerencias en su gestión que alterando las reglas del mercado permitan inflar los precios por la acción concertada de las compañías mercantiles inmobiliarias y el sector financiero, de modo que cuanto más alto sea al precio de venta, más gana el promotor y mayor es la rentabilidad financiera si se dispone de liquidez hipotecaria capaz de permitir a los ciudadanos financiar las compras de sus viviendas mediante el compromiso de endeudamiento de por vida. Como el precio de la construcción en un mercado de inflación ordenada no se encarece más de la media del país, en lo que se justifica esa premeditada subida del precio de los pisos es por la repercusión del valor del suelo, cuando todos los especuladores se adhieren a la rentabilidad aparente de un negocio que dan por seguro. Todo ello a costa del trabajo futuro de los ciudadanos.
La debilidad de ese sistema no se habría hecho patente si se hubiera dirigido a un sector restringido de la vivienda y no al conjunto de la población, como siempre se había hecho distinguiendo las necesidades de vivienda social de lo que se podría reconocer como viviendas acomodadas, mercado de quienes disponen de medios económicos ya desligados de una economía de subsistencia o atención de necesidades esenciales. Cuando no es así, puede crecer la burbuja inmobiliaria tanto como la necesidad reclame y las compañías financieras se sientas aseguradas por las leyes que protegen el sector, pero, dado que se crea una sobrevaloración del suelo que mes a menos han de financiar una gran mayoría de ciudadanos, ello incide en un empobrecimiento de los recursos disponibles para el resto del consumo, que, como es la economía verdaderamente productiva, genera el empobrecimiento progresivo del país; lo que produce el efecto inducido de que merma el trabajo, reduce los salarios e imposibilita, poco después, atender los intereses financieros, terminándose por ejecutar las hipotecas desahuciando a los compradores, que con su impago hacen estallar la burbuja, retornando al punto inicial de la demanda de viviendas a un precio asequible proporcionado a los sueldos, agravado el problema por la nueva situación de restricción financiera derivada de una cartera de pasivo difícil de recuperar.
El estallido de la burbuja condena en primer lugar a los ciudadanos, que se quedan sin hogar; en segundo lugar, a las entidades financieras que se encuentran con complicación para atender el pasivo con una cartera de activos deteriorados; en tercer lugar, a las inmobiliarias que pierden gran parte de las inversiones devaluadas. Sólo ganan los que generaron momentáneamente el sistema, mientras se hinchaba la burbuja, y desviaron los enormes beneficios logrados a otras distintas inversiones.
 

VOLVER A ÍNDICE TEMÁTICO