EL CONTENIDO DE LA CULTURA
Existe una corriente crítica que confunde la esencia de la literatura con los formatos en que se difunde, porque vinculan las formas sostenidas en el tiempo como un acerbo cultural tradicional que transformándose dan por perdido, sin tomar en consideración que lo esencial, tanto de la literatura clásica como actual, es perfectamente interpretable en cualquier medio que transmita el contenido de modo fiel.
La celeridad de los cambios tecnológicos hacen que muchas personas no se adapten a ellos, muchas veces por la simple aprensión de que va a serles complicado utilizar ese nuevo medio, otras por un temor infundado a que si aceptan los cambios sociales ello terminará por afectar a su personalidad.
Esta irrupción de los avances tecnológicos no son nuevos, pues hace un siglo la radio y la televisión facilitaron enormemente la difusión de la cultura que anteriormente no se hacía sino por la palabra directa y la letra escrita. El drama, la poesía y la narrativa encontró a través de las ondas un formato de transmisión antes inimaginado. En la pequeña pantalla se representaban comedias y tragedias clásicas con fidelidad al autor y semejante verosimilitud a las representadas hace siglos en los corrales de comedias. En cualquier caso las transformaciones en los modos de comunicación siguen la pauta de la demanda, por lo que los libros en formato papel o el teatro de cámara seguirán existiendo mientras sigan teniendo aceptación en la sociedad.
Es distinto enjuiciar respecto al contenido cultural que se pueda conferir a modos nuevos de creación de relatos, como son los que pretenden recabar la interacción del espectador para definir la trama del argumento, de lo que simplemente es variar el medio de difusión de un mismo contenido. Ahí podrá haber preferencias de la sensibilidad, pero no se debe sostener que se genera un déficit cultural. Leer el libro de Don Quijote de la Mancha, la Crítica de la razón pura de Kant o El capital de Marx podrá considerarse más arduo o asequible en un formato que en otro, pero ello no varía un ápice el contenido cultural.
Es posible que se puedan juzgar de frivolidad determinadas tendencias que para la difusión de la cultura no respetasen la sostenibilidad de la naturaleza, o que supongan una grave afectación a los comportamientos sociales de los seres humanos, o que crearan una insolidaria restricción de la posibilidad de acceso para todo el público; pero si el fin de la tecnología es favorecer el uso de la lectura literaria, creando formatos cómodos de transportar y leer, no se puede aducir sino la preferencia personal. Ni siquiera el considerar que fuera a desaparecer en un futuro el formato papel sería un agravio a la cultura más allá de la importancia de la preservación histórica de los libros existentes, como nadie considera que el descubrimiento de la imprenta destruyera el contenido cultural que anteriormente se realizaba por la transcripción de los amanuenses o la simple transmisión oral de las fábulas y relatos.