PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 70                                                                                       SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2013
página 8


CREPÚSCULO DE LA FE
 
Cuanto más se desarrolla la cultura contemporánea los sociólogos constatan una menor influencia de la fe sobre la conciencia moral y religiosa de la población, en especial de la juventud, que cuestiona la adhesión intelectual a preceptos y afirmaciones dogmáticas cuyos contenidos suelen juzgarse influidos por la tradición. Esa debilidad de la fe ciega, que se presumía como la identidad de los fieles de cualquier religión en los siglos pasados, por muchos es interpretada como el afloramiento de la realidad de un sentimiento religioso ajustado a la sincerización de cada persona con la razón que le asiste.
La materialización de la fe como instrumento de cultura religiosa, tratando de identificar la realidad espiritual en formas sensibles compatibles con el itinerario del proceso cognitivo de la mente humana ha facilitado a lo lo largo de la historia, también en la cultura actual, la asimilación de los conceptos que cada religión transmite como la vinculación a la fe que predica. Cuanto más sensibles se muestran esas verdades puede parecer que se gana en asimilación cognitiva, en paralelo a las demás realidades de la vida cotidiana, para que se enraícen en la memoria y en la conciencia de las personas como verdades de fe.
En los tiempos actuales hay quienes consideran que esa debilidad de la fe está contrapesada en la sensibilidad religiosa por una mayor consideración de la experiencia espiritual, pues cada vez más gente responde que su religiosidad está ligada a hitos existenciales en los que el entendimiento intuye certidumbres respecto a la realidad sobrenatural. Es muy posible que la fe siempre haya encontrado apoyos intelectuales frutos de experiencias personales, pues más pronto o más tarde cada creencia se somete al análisis de la razón, donde la conciencia compara los dictados de la fe con la propia experiencia espiritual.
Un referente fundamental de la experiencia espiritual lo constituye el concepto intelectual que cada persona haya elaborado respecto a su identidad espiritual, lo que se reconoce como el alma, pues sin una mínima intuición que pueda elaborar una apreciación intelectual de la misma se hace muy difícil justificar la idea abstracta de la realidad de un Dios objeto de la fe. Por eso la religiosidad actual considera transcendente fortalecer la meditación interior para en esa introspección distinguir qué influjos mueven a los sentimientos y a la conducta a obrar y obtener una respuesta positiva que se identifique con los valores que se reconocen por la fe.
Considérese qué difícil puede ser para una persona aceptar por fe la justicia de Dios, si en su experiencia sentimental no ha podido definir el concepto intelectual de justicia. Del mismo modo es imposible asumir que Dios es amor sin tener experiencia de la realidad de amar. En tanto en cuanto se hayan experimentado esos valores, por analogía se podrán considerar apropiados al concepto de Dios; incluso en cuanto se consideren más arduos de obrar, como el valor de perdonar, se podrá entender tan propios de la perfección espiritual que no se considere que pueden ser actos humanos si no fuera por la ayuda divina.
Durante siglos la sociedad ha aparentado sostener una inquebrantable fe a cualquiera de las religiones que en el mundo se practican, pero en la mayoría de las personas esa fe no se podría situar más allá de la cáscara de su ser, pues generación tras generación se han trasmitido y admitido preceptos de vida atribuidos a la inspiración divina sin que la conciencia personal se atreviera a juzgarlos. Cuando no ha existido esa interiorización de la fe -siglo tras siglo han existido personas sí lo han tratado- la impresión social dista mucho según se contemple la estructura superficial de la sociedad o la estructura más profunda de su conciencia. Es lo que hoy se critica la mayor parte de la gente auténticamente religiosa, pues su fe la interpretan real sólo si es quien dirija de un modo consciente y coherente sus intenciones y obras. La cáscara se difumina y se hace trasparente lo que se es, que es al tiempo el soporte de la fe.
Que el ser humano intuya la coherencia espiritual que debe existir entre su religiosidad y su personalidad, entendiendo la verdad de Dios desde la razón de verdad de su alma, no exime la necesidad de la fe, pues una gran parte de esa experiencia de interiorización, por la dimensión creativa de su intuición intelectiva no goza de más razón de verosimilitud que la fiabilidad de la propia conciencia, lo que se no está lejos de lo que se define por fe.
Quizá la prueba más convincente de la diferencia de las obras que genera la fe ciega y la fe intuitiva es que la primera hace hombres intransigentes, y la segunda personas tolerantes.
 

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