PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 71                                                                                       NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2013
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ÉTICA DEL ESTADO
 
En sociología la noción de Estado admite dos extensiones semánticas del concepto: Una expresa el Estado como conjunto organizado de un país, y otra, más restrictiva, lo identifica con la estructura de administración y gobierno de ese país. Ambas no son contradictorias, sino que manifiestan distinta extensión, que incluso, según el sentido, pueden emplearse complementariamente en el mismo discurso distinguiéndose por el contexto la referencia precisa a que en ceda proposición se quiera aludir. Esa doble acepción que se emplea en la sociología inquieta algo a la filosofía social, que intenta precisar al máximo la extensión de los conceptos para poder con más objetividad acotar las condiciones de verdad en que se cumplen. No obstante, esa doble acepción de la extensión del concepto anima a ver cuáles son sus relaciones internas, o sea a estudiar las determinaciones del Estado como pueblo sobre el Estado como  poder, y viceversa. Una idea que en ese entorno se puede sugerir es la de si la ética del Estado es un reflejo de la costumbre del modo de obrar del pueblo, o si, por el contrario, es el poder el que determina por su influjo la ética de comportamiento del pueblo.
Una forma de afrontar ese disquisición puede ser el análisis del sistema político, que determina las relaciones entre pueblo y poder, pues su representatividad, transparencia y comunicación pueden aproximarlos o alejarlos como dos conjuntos sociales con mucha o escasa confluencia. Se puede pensar que cuanto más distanciamiento político existe menos posibilidades hay de transferencia de comportamientos éticos, pero no obstante, a veces a pesar del distanciamiento se impone el poder como modelo, de modo que su influjo en el modo de obrar es definitivo.
Otra manera de desarrollar esa idea al margen del sistema político puede ser incidiendo especialmente en el modo de ser propio de una cultura y su valoración y tolerancia con la ética y la corrupción. No se puede olvidar que el poder es pueblo, y que el pueblo soporta el poder. Una posibilidad es que la correspondencia ética entre pueblo y poder siga un modelo en el que estuviera fragmentado en estratos con diversa valoración de la ética, y que el poder estuviera detentado por el estrato más tolerante con la corrupción. En ese caso, la imagen del Estado sería muy negativa, salvo para quienes compartieran semejante frivolidad ética.
En el mundo contemporáneo, que tiende a un mayor control político del poder por los ciudadanos, la ética podría presentarse como una necesidad vital para los políticos y la administración para no ser revocados de sus cargos, pero la experiencia parece demostrar que la tolerancia hacia la corrupción es mucho mayor de lo que cabría esperar, comprometiendo así a toda la nación, o al menos a una parte significativa de la misma. Si se admite que los políticos son elegidos por los ciudadanos, cabe que éstos carezcan de capacidad de discernimiento respecto a la honestidad de aquéllos, o que por el contrario su laxitud sea tal que admitan explícitamente los comportamientos corruptos de sus representantes como actos propios que ellos harían si pudieran ocupara el poder. Hasta cuánto espera cada ciudadano ser beneficiado por la falta de ética de sus gobernantes también favorece la tolerancia o complicidad. La falta de correspondencia entre el Estado-poder y el pueblo en la ética se muestra en el alejamiento de los ciudadanos hacia su responsabilidad de participación, haciendo visible el vacío de apoyo a los comportamientos poco éticos, unos con actitudes críticas exaltada y otras con el rechazo silencioso a la inmoralidad.
Muy posiblemente la comunicación de las actitudes éticas entre el Estado-poder y el pueblo dependa de la opción elegida por cada ciudadano para gobernar su propia conciencia, lo que ciertamente siempre está influido por la educación, el entorno y, aunque parezca politicamente incorrecto, por el propio interés. Ahí incide la acción de Estado-poder para modular el discurso de cómo debe entenderse la ética, donde lo más frecuente es la opacidad a las debilidades de la ideología gobernante.
 

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