En sociología la noción de Estado admite dos extensiones
semánticas del concepto: Una expresa el Estado como conjunto organizado
de un país, y otra, más restrictiva, lo identifica con la
estructura de administración y gobierno de ese país. Ambas
no son contradictorias, sino que manifiestan distinta extensión,
que incluso, según el sentido, pueden emplearse complementariamente
en el mismo discurso distinguiéndose por el contexto la referencia
precisa a que en ceda proposición se quiera aludir. Esa doble acepción
que se emplea en la sociología inquieta algo a la filosofía
social, que intenta precisar al máximo la extensión de los
conceptos para poder con más objetividad acotar las condiciones
de verdad en que se cumplen. No obstante, esa doble acepción de
la extensión del concepto anima a ver cuáles son sus relaciones
internas, o sea a estudiar las determinaciones del Estado como pueblo sobre
el Estado como poder, y viceversa. Una idea que en ese entorno se
puede sugerir es la de si la ética del Estado es un reflejo de la
costumbre del modo de obrar del pueblo, o si, por el contrario, es el poder
el que determina por su influjo la ética de comportamiento del pueblo.
Una forma de afrontar ese disquisición puede ser el análisis
del sistema político, que determina las relaciones entre pueblo
y poder, pues su representatividad, transparencia y comunicación
pueden aproximarlos o alejarlos como dos conjuntos sociales con mucha o
escasa confluencia. Se puede pensar que cuanto más distanciamiento
político existe menos posibilidades hay de transferencia de comportamientos
éticos, pero no obstante, a veces a pesar del distanciamiento se
impone el poder como modelo, de modo que su influjo en el modo de obrar
es definitivo.
Otra manera de desarrollar esa idea al margen del sistema político
puede ser incidiendo especialmente en el modo de ser propio de una cultura
y su valoración y tolerancia con la ética y la corrupción.
No se puede olvidar que el poder es pueblo, y que el pueblo soporta el
poder. Una posibilidad es que la correspondencia ética entre pueblo
y poder siga un modelo en el que estuviera fragmentado en estratos con
diversa valoración de la ética, y que el poder estuviera
detentado por el estrato más tolerante con la corrupción.
En ese caso, la imagen del Estado sería muy negativa, salvo para
quienes compartieran semejante frivolidad ética.
En el mundo contemporáneo, que tiende a un mayor control político
del poder por los ciudadanos, la ética podría presentarse
como una necesidad vital para los políticos y la administración
para no ser revocados de sus cargos, pero la experiencia parece demostrar
que la tolerancia hacia la corrupción es mucho mayor de lo que cabría
esperar, comprometiendo así a toda la nación, o al menos
a una parte significativa de la misma. Si se admite que los políticos
son elegidos por los ciudadanos, cabe que éstos carezcan de capacidad
de discernimiento respecto a la honestidad de aquéllos, o que por
el contrario su laxitud sea tal que admitan explícitamente los comportamientos
corruptos de sus representantes como actos propios que ellos harían
si pudieran ocupara el poder. Hasta cuánto espera cada ciudadano
ser beneficiado por la falta de ética de sus gobernantes también
favorece la tolerancia o complicidad. La falta de correspondencia entre
el Estado-poder y el pueblo en la ética se muestra en el alejamiento
de los ciudadanos hacia su responsabilidad de participación, haciendo
visible el vacío de apoyo a los comportamientos poco éticos,
unos con actitudes críticas exaltada y otras con el rechazo silencioso
a la inmoralidad.
Muy posiblemente la comunicación de las actitudes éticas
entre el Estado-poder y el pueblo dependa de la opción elegida por
cada ciudadano para gobernar su propia conciencia, lo que ciertamente siempre
está influido por la educación, el entorno y, aunque parezca
politicamente incorrecto, por el propio interés. Ahí incide
la acción de Estado-poder para modular el discurso de cómo
debe entenderse la ética, donde lo más frecuente es la opacidad
a las debilidades de la ideología gobernante.
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