DEMOCRACIA ECONÓMICA
La evolución política de la sociedad en los últimos siglos ha representado una tensión para lograr una democracia en la que cada persona participe como sujeto libre y responsable de la acción política de la sociedad. En el siglo XX han sido muchos los Estados que han evolucionado hacia esa corriente democrática que implica no discriminar a ningún ciudadano del derecho a participar para elegir a sus representantes y poder ser elegido para representar a una circunscripción de ciudadanos. Esto así, se podría decir que en el mundo prospera el ideal democrático, pero un análisis más profundo indica carencias reales en la sociedad de una verdadera democracia.
Se ha progresado en el reconocimiento del derecho de que cada voto decida por igual la elección de los representantes en el poder del pueblo; se pueden congratular los ciudadanos del progreso efectivo de libertades sociales y reconocimiento y respeto de los derechos humanos; se pueden identificar los progresos en protección social; pero la democracia política no será realmente efectiva mientras no exista consenso para controlar la economía de forma democrática.
En teoría, la economía social no es sino una disciplina más de la política, pero la realidad evidencia que aunque la política se democratice existe una gran reserva a que esa democratización gobierne la economía, siendo muchos los ciudadanos que, en una pretendida defensa de la libertad, aprueban la democratización política haciendo reserva del control de la política económica.
Dado que a la gestión de la política atañe al bienestar del pueblo y a la justicia social, para realizarlo es necesario que el poder estatal pueda planificar una política fiscal y monetaria capaz de distribuir la riqueza nacional; por lo que es necesario que la democracia se extienda realmente a poder gestionar las estructuras primarias de la economía, de modo que la misma pueda lograr los objetivos políticos que las mayorías sociales demandan.
El desencuentro entre la democracia política y la gestión democrática de la económica aparece en que mientras en la política se reconoce un derecho igual a todas las personas para decidir con su voto, con independencia de la edad, sexo, cultura, inteligencia, capacidad, etc., la economía está tan supeditada -más o menos, según la impronta liberal- a la acción individual que trasciende a la política desde el dominio económico de cada ciudadano, de tal modo que la acción real del Estado no depende de la voluntad mayoritaria, sino de una correlación de fuerzas proporcional a la capacidad de sus bienes. Así se da que cuando una minoría detenta la mayoría de la riqueza cuenta con un poder fáctico para dirigir la democracia a favor de sus intereses, lo que supone la negación misma de la esencia democrática.
La democratización económica, y con ella la democracia real, no se puede alcanzar mientras el Estado no se dote de un sistema por el que la riqueza que crea la sociedad se distribuya justa y adecuadamente con el fin de equilibrar la capacidad económica entre todos los ciudadanos, de modo que puedan constituir una sólida base que sustente la posibilidad de una democracia construida desde una igualdad de oportunidades universal. Por el contrario, la desdemocratización de la sociedad sigue un itinerario paraque cada vez haya una mayor distancia entre las clases sociales, lo que realmente produce que el poder de dirigir la política desde la economía se reduzca a cada vez menos personas.
Uno de esos signos de la impotencia de la democracia política frente al poder económico es que en periodos de crisis las clases medias y bajas no sólo pierden nivel de renta, sino que sus derechos democráticos quedan reducidos por un supuesto estado de necesidad propiciado por los grupos de presión de los poderes económicos, quienes sin ningún escrúpulo aprovechan las crisis por ellos propiciadas para restablecer las oligarquías de dominio social.
El subterfugio de la globalización de la economía favorece que desde el poder de las multinacionales se gobierne el mundo de modo autoritario, con una política fiscal enmascarada en la legalidad de paraísos fiscales internacionales, con la atomización de las compañías mercantiles para burlar la responsabilidad penales y laborales, con la especulación sobre las riquezas de los países en desarrollo, con la configuración de zonas de libre comercio desequilibradas hacia los intereses de las potencias. Todos esos modos de obrar neutralizan el poder real de las democracias nacionales, en cuanto que los anhelos por democratizar el poder económico a nivel mundial no progresan, porque redefinir los fundamentos de las estructuras económicas globales, para que sean compatibles con los derechos que engendra la filosofía democrática, podrían alterar la confianza en sí que el entorno actual de dominio económico otorga a algunas de las sociedades más ricas y poderosas del mundo.