PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 72                                                                                      ENERO - FEBRERO  2014
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POLÍTICOS INMADUROS
 
Los políticos, como seres humanos que son, no poseen más que mente y entendimiento para enjuiciar y decidir sobre asuntos que implican a millones y millones de ciudadanos. Contra lo que pueda parecer, sólo son personas asistidas por un grupo importante de asesores, que sobre las opiniones, a veces contradictorias, que estos le ofrecen debe decidir resolutivamente sobre una una cuestión tras otra. Esta dimensión personal de la responsabilidad, similar a la de cualquier otro hombre o mujer en su ámbito, es lo que confiere a la madurez de su personalidad una trascendencia superlativa, ya que de esas decisiones dependen el bienestar y la vida de innumerables ciudadanos. Piénsese, por ejemplo, en la implicación en que quedan por una declaración de guerra, por la restricción de derechos, por el autoritarismo y la corrupción, por la autarquía, por la fractura social, etc. Podría parecer que todas esas debilidades del poder corresponden a épocas pasadas, pero la verdad es que de la baja consideración de los pueblos con sus gobernantes se puede deducir que los modos de ser de los políticos apenas ofrecen perspectiva de mejora en la personalidad real de esas personas.
El sistema republicano auspicia un recambio periódico de los políticos, pero ello apenas reporta que la deficiente condición de unos pueda ser juzgada por los ciudadanos sin garantías de que sus sustitutos vayan a ser mejores. Pues especialmente las campañas electorales se emplean a fondo en rediseñar la personalidad del político para configurarla a la expectativa del electorado, pero lo que los votantes se encuentran poco después es que aquella imagen se distorsiona con la acción de gobierno hacia la auténtica y genuina forma de ser del político.
Lo que un ciudadano espera de sus políticos es madurez, o sea, ser capaz de obrar como a quien los años de experiencia le hubieran revestido de la virtud de la objetividad para acertar a discernir lo socialmente justo y eficaz. Podría pensarse que en ese caso deberían ascender a los puestos de más responsabilidad tras muchos años de curtirse, pero la historia demuestra cómo los mejores no han sido los más veteranos, sino quienes han sabido configurar su personalidad en las cualidades propias de la madurez.
Un gran defecto del juicio humano sobre las personas radica en confundir la pertinaz proyección del carácter como una valoración de la personalidad, de modo que se ensalza al radical y se denigra al dialogante, porque el segundo es receptor de las ideas de los demás. De este modo se confiere el carisma de líder a quien trasciende su forma de ser como la imagen ejemplar para la sociedad, porque dimana seguridad en la coherencia que representa consigo mismo.
Considerar la fortaleza de carácter como una adecuada personalidad para la política supone una premisa sin justificar, tanto más cuanto el predominio del carácter que favorece una fortaleza mental supone también cierta predisposición a obrar condicionando la razón a las exigencias temperamentales. De modo que todas las resoluciones aparecen contaminadas por una influencia desmedida del propio modo de ser; algo así como que en toda su trayectoria política se van a reflejar antojos o caprichos que muestren falta de madurez.
La coherencia de la personalidad del político muestra madurez cuando su modo de obrar refleja saber imponerse sobre las determinaciones de su carácter, como lo que de él no debe condicionar a los demás, y configura su personalidad por el hábito de la reflexión mayoritaria de la población. Un modo de actuar que reflejaría haber sabido escuchar y aprender durante años de los demás, valorando lo justo y positivo de todas las opciones sociales y los apoyos para el mayor consenso en la comunidad. Esta madurez política hay quienes la logran con menos tiempo de experiencia real y otros tras muchos años siguen siendo inmaduros, a veces casi infantiles, porque nunca se propusieron el dominio del carácter por la modulación de la mente desde la inteligencia de la personalidad.
 

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