PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 72                                                                                      ENERO - FEBRERO  2014
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IDOLOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD
 
La historia de las religiones enseña que los seres humanos han rendido culto a aquello que en cada momento y lugar era reconocido como lo superior. Durante siglos y siglos aquello que se manifestaba como causa principal de posibilitar la vida era considerado como un dios, no tanto en cuanto fuente originaria de creación, sino fundamentalmente como protector y valedor de la supervivencia. Desde ese criterio no es de extrañar que astros, fenómenos atmosféricos, animales letales, guerreros superdotados, brujos... pudieran ser reconocidos como divinidades por su potencia cósmica, física o paranormal.
Con la evolución de la humanidad surge la conciencia de su propio poderío, basado en la inteligencia para saber interpretar los condicionantes externos que influían en su vida, y por su privilegiada mente e inteligencia concebir cómo  afrontarlos para superar los inconvenientes que hacían peligrar su vida o la integridad de su progreso. Poco a poco el ser humano se sobrepone a todas las adversidades que le acucian al tiempo que penetra en la comprensión del sistema natural en que vive. Ello hace que se reconozca a sí mismo en toda su capacidad, y comience a rendir culto a los seres humanos que encarnan los poderes de regir las relaciones del hombre con el entorno.
Conforme esa convicción de poder se instala en la sociedad humana, se procede a reconocer como dioses a quienes pueden mostrarse como sus superiores por el poder que consiguen precisamente porque aglutinan el apoyo del pueblo para luchar y vencer. Estos, con quienes el pueblo se siente protegidos de las adversidades y de toda clase de enemigos, ocupan el privilegio de recibir culto de divinidad por unos, mientras que otros los detestan porque es precisamente su despotismo, injusticia e impiedad lo que les permite detentar el poder que les hace mostrarse invencibles como un dios.
La distinción intelectual del alma como el elemento que genera las intuiciones creativas sobre los conocimientos consecuentes a las percepciones sensibles, que permiten distinguir en el ser humano dos sustancias de distinta naturaleza: cuerpo y espíritu, va a reorientar el concepto de divinidad de los objetos o seres materiales a los espirituales, pues el hombre reconoce que es el gobierno del espíritu el que le hace capaz de sobreponerse, a través de su influjo sobre la razón, a todas las limitaciones que le provienen del entorno material en que vive. De este modo sus dioses van a ser los espíritus capaces de influir sobre su cuerpo para sanarle, fortalecerle, instruirle... o sobre su alma para regenerarla y hacerla más perfecta.
Desde la intuición intelectual de la potestad del alma sobre el cuerpo, el ser humano entiende por analogía la distinción del mundo material como una entidad cosmológica global, que se materializa en infinidad de elementos, y el mundo del espíritu como otra entidad distinta, que puede identificarse también como un todo que se personaliza sobre sustancias espirituales singulares, o como quien es y genera seres semejantes. Ese descubrimiento filosófico de la naturaleza espiritual es la que permite una más perfecta concepción de la acción divina en el itinerario de su justificación a través de ídolos a la definición de una esencia propia espiritual para dios. Si bien de la confusión en una única esencia para todo lo espiritual -como la que podría aplicarse para la materia primera- ofrecería un panteísmo, o sea, que todo lo espiritual se confunde en el mimo dios, la distinción entre la individuación de cada ser espiritual permite principalmente justificar no sólo la clara intuición que los hombres tienen de su distinta individualidad, sino también la de cada ser humano respecto al ser divino.
 

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