PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 72                                                                                      ENERO - FEBRERO  2014
página 7


RESPUESTA A LA INTOLERANCIA
 
La pasión por la libertad mueve a adoptar una postura rotunda de repulsa por la intolerancia de quienes, desde su concepción personal, no admiten que otros piensen y actúen de manera distinta o contraria. Casi todas las personas creen estar en posesión u orientadas hacia de la verdad, porque de otro modo obrarían de manera distinta, pero hay quienes toleran que los demás se rijan también por su mejor parecer, y quienes no son capaces de comprender la diversidad de personalidades, costumbres y conciencias, oponiéndose frontalmente a cualquier influjo en la sociedad de los partidarios de criterios de pensamiento opuestos.
Detectar la intolerancia es fácil, porque deja reflejo de sus actos en un recorte de la libertad. Existe intolerancia que se manifiesta en la vida pública: en la política, la economía, la religión, la cultura, la moral, las formas sociales, etc. Aunque lo que realmente se da son personas de talante intolerante, que donde actúan muestran esa contradicción con la libertad. Cuando estas personas se agrupan por el radicalismo de su conciencia es cuando trasciende su presencia social,  pero la mayor tensión social por la intolerancia se sufre en el silencio de la convivencia anónima.
La contestación que la intolerancia produce se manifiesta en dos formas de respuesta: Una, la que pretende contrarrestarla con otra intolerancia de signo contraria; otra, que busca su neutralización desde la valoración de la libertad. Ambas posibilidades coinciden en el fin, pero mientras la primera genera un efecto de otra intolerancia de signo contrario, la segunda procura vencerla desde su desnaturalización y superación. No se trata de suprimir unas ideas para imponer otras tan restrictivas, aunque de signo contrario, sino superar la falta de libertad con la regeneración de la tolerancia mutua en las formas de ser y pensar de las distintas personas, procurando una convivencia en que se superen las incomprensiones mutuas desde el ejercicio de la razón.
El legado histórico de los desencuentros entre pueblos y naciones, entre revoluciones y contrarrevoluciones, el de las condenas mutuas entre religiones, el de las monarquías absolutistas y las democracias de partido único, el de las dictaduras represivas y el del despotismo económico, todas ellas se sabe que han sido inductoras de guerras que no han solventado, en la mayor parte de los casos, los conflictos que las provocaron, sino que tras disputarse el poder unos a otros faltaba en la paz ficticia la tolerancia de la que emana la justicia.
También la historia conserva el legado de los grandes pensadores de la humanidad, que desde su autoridad política, religiosa, artística, literaria, académica... han apaciguado y esperanzado a los hombres de su tiempo desde la doctrina común de la tolerancia con el respeto a los valores que hacen de la la libertad la salvaguarda de la convivencia. El humanismo no es la puesta en valor del hombre, sino la de todo hombre. Entenderse las personas no es hacer callar al otro por la coacción o la fuerza, sino alcanzar el entendimiento en lo común, dejando hacer en lo peculiar sin más límites que una correcta interpretación del respeto y tolerancia mutua. Los valores que dimanen cada una de esas actitudes en la sociedad serán la fuerza pacífica que motivará a consolidarse y equilibrar las ideas de unos y otros.
 

VOLVER A ÍNDICE TEMÁTICO