PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 72                                                                                      ENERO - FEBRERO  2014
página 8
 
 

EDUCAR EN EL VALOR DEL BIEN

 
Educar es transmitir conocimientos a quien aún no los tiene. Todas las personas, por tanto, admiten mejorar su educación durante toda su vida, pero quienes más interesados están en la educación son los menores y los jóvenes, ya que son los que más tienen que aprender; de hecho durante esas edades la ocupación habitual es la de acudir a un centro de enseñanza donde se les comunica, según un programa establecido, una continuidad de conocimientos.
Los conocimientos que una persona precisa aprender son de dos tipos: Los que corresponden a la sabiduría atesorada en la historia de la humanidad y otros que buscan enseñar a hacer buen uso de las potencias humanas en un marco de relación social. Dentro de estos últimos es donde se sitúan los valores, que consisten en discernir el qué se puede obrar y cómo se debe hacer, de tal modo que se posea una guía intelectual para hacer lo que hay que hacer como lo hay que hacer.
Quizá el más vertebral de todos los valores sea el bien, porque encierra el fin que justifica cada uno de los demás. El que el obrar bien se convierta en el modo rector de todas las acciones es algo que hay que aprender no sólo como calidad, sino también en cantidad, porque hacer el bien supone comprometerse a obrar algo que se podría dejar sin hacer. De modo que educar en este valor entraña enseñar a habituarse a hacer las cosas bien y enseñar qué clase de cosas que se podrían obviar, se deben realizar.
La naturaleza de las personas tiende en primera instancia a satisfacer las necesidades mentales y posteriormente las intelectuales, porque las primeras corresponden a actos de respuesta a las percepciones recibidas, las que la mente clasifica como buenas y satisfactorias para el organismo, o malas y perjudiciales; de modo que la mente tiende a seleccionar y relacionarse con lo que produce placer, evitando lo que causa dolor, enfado, agobio, etc. Cuando del obrar bien se siguen recompensas sensibles, la mente las favorecerá, pero el hacer bien sin una respuesta sensible proporcionada de retribución la mente no lo computará necesariamente como positivo.
Es en la esfera de la actividad intelectual donde del obrar el bien se repercute una retribución en la conciencia, pero esta solo puede percibirse a posteriori, una vez que se ha ejecutado algo que la mente de por sí no induce a hacer. Este movimiento del intelecto a apostar por el ejercicio de hacer el bien hay que considerarlo como una apuesta de la razón sugerida por una intuición que se relaciona con el sentimiento de utilidad personal. Obrar así, con esa disposición al fin y reconocer el beneficio que se hace, no en lo que se recibe, puesto que se da en muchas conciencias ha constituido lo que se reconoce como el valor ético, en el que cuenta más lo que se puede hacer por los demás que lo que se pueda recibir de ellos.
Educar en el valor del bien supone ampliar las referencias únicas de satisfacción sensible con que las personas mentalmente se motivan, incorporando la transmisión de la intuición intelectual consolidada que generalmente produce una satisfacción de conciencia. En la educación se trata también de avanzar en el ejercicio del bien por el bien, como un valor, sin esperar que la propia intuición personal lo haya de descubrir, sino confirmar.
Las posibilidades de enseñar estas acciones son inmensas, y deben adecuarse al grado de actitudes que se mantienen en cada edad, pero la insistencia en ellas debe ayudar a conformar un hábito en el que al principio se obra más por confianza en padres y tutores y sólo poco a poco, conforme se progresa en el uso de la razón, es esta la que va confirmando el buen proceder de la costumbre adquirida.
 

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