HIGIENE MENTAL
Desde pequeños nos han enseñado una series de hábitos de higiene para limpiar el cuerpo, los dientes, la ropa, el hogar, con el fin de que alejemos los riesgos de enfermedad o dejación de la propia estima, pues sin esos cuidados saldríamos perjudicados. Esa misma atención debemos prestarla a nuestra mente, porque ella también sufre el deterioro de la contaminación de los influjos externos y de la demanda interna de respuestas para el control de las ideas, pensamientos y actos. En el hombre todo pasa por su mente, y como centro neurálgico de su actividad requiere una debida atención de mantenimiento. No se trata de limpiar las neuronas para favorecer su conectividad y transmitancia entre las distintos lóbulos del cerebro, de lo que puede ocuparse la medicina, sino de descongestionar la saturación a que con frecuencia sometemos todo el mecanismo que gobierna la actividad mental de nuestra persona. Esa higiene mental en gran manera la realiza automáticamente el organismo mediante el sueño, pero ello no obsta para que podamos programarnos en cooperar a despejarla de cargas superfluas.
Puesto que la mente es un complejo sistema que nos permite percibir, recordar, abstraer, conocer y decidir, nuestro objetivo de higiene debe orientarse a que esas actividades se realicen con orden, dejando que cada una de ellas sirva y no estorbe a las demás, para lo que será necesario que reconozcamos el ejercicio que cada una presta y la calidad con que lo ejecutamos. Ello se resume en conocerse, lo que requiere un tiempo de atención a lo personal, que ejercemos en la interiorización mental, por lo que la higiene mental es ante todo un procedimiento de autocontrol.
Cada persona, si dedica tiempo a la reflexión, puede estudiar si presta debido cuidado a la atención, con la que se concreta la percepción exterior; si se deja abrumar por las abstracciones, sin formalizar cada referencia con la realidad; si contrasta en la coherencia de sus ideas los contenidos de veracidad; si sus juicios son frívolos o suficientemente fundamentados; si prejuzga las proposiciones ajenas sin dejar tiempo para que trabaje la razón; si su lenguaje es capaz de expresar y transmitir con corrección sus pensamientos; ya que esas valoraciones y otras semejantes son las que facilitan que un trabajo eficiente de la mente influya sobre la perfección e idoneidad del conocimiento. De dedicar tiempo a pensar sobre como se piensa se concluye identificando el grado de conformidad o insatisfacción que con respecto a la mente propia cada uno de nosotros poseemos.
La falta de higiene mental conduce a muchas personas a buscar apaños externos para enmendar la proyección de la mente sobre su personalidad, recurriendo a fármacos o drogas, con objeto de incentivar la actividad sensorial, superar manías y fobias, vencer inhibiciones, o simplemente buscando un potenciado capaz de realizar una presentación de uno mismo adecuada a un entorno especial. Todos esos recursos tienen el grave inconveniente que no mejoran el rendimiento mental, pero tras el servicio de euforia que prestan la mente queda lastrada a precisar esos apoyos cada vez con más frecuencia, por la falta de motivación natural del esfuerzo por superarse.
El servicio que puede ofrecer el tiempo dedicado a la reflexión mental reporta relajación y desagobio, siempre que se logre eficazmente vaciar la mente de los influjos que la dominan, favoreciendo descongestionar la agenda ordenando las actividades que la ocupan en función del rango objetivo de trascendencia e interés según la propia razón, no por las exigencias de un entorno que cada vez ejerce más presión para apoderarse del control de nuestra libertad.