EL SER DEL NO SER
La ontología es la parte de la metafísica que se interesa por lo que es. Este concepto integra todo lo que hay, en cuanto tiene ser, pero admite concebirlo desde la perspectiva empírica de la existencia, definiéndolo en ese caso como todo lo que participa, en presente o pasado o futuro, del existir; pero también cabe definirlo en el estadio anterior a cualquier experiencia empírica, o sea a lo que es porque tienes ser, lo que le definiría como lo que es, o sea el ente. Tanto esa concepción empírica como la trascendente nos interesan por lo que existe o es, pero no nos define qué es el ser.
La filosofía, que siempre se ha interesado por el fundamento último de las cosas, sigue cuestionándose respecto a la condición y naturaleza última del ser, pero sin mucha unanimidad, ya que tropieza con el límite del conocimiento humano que en su esfuerzo vaga para definir cualquier intuición superior a lo que empíricamente puede demostrar. Por ello todo proposición analítica apriorística, que es la única que se puede realizar sobre lo que supera la percepción mental, no deja de suponer una teoría filosófica sin más fundamento que la anuencia sobre la legitimidad intuitiva que propone una conclusión a la que no se oponen condiciones de verdad de la razón. Desde esa aventura de la metafísica es donde puede concebirse la posibilidad de definir el ser como el trascendental que determina todo lo que es. Así de cada cosa se puede predicar que posee ser formalizado en un ente con el modo de ser especifico de un ser humano, una manzana, un electrón de hidrógeno, un virus de la viruela, etc.
Si el intelecto humano ha podido llegar a intuir la naturaleza del ser a partir de la percepción de la distinción e individuación de las cosas, no se puede afirmar lo mismo de la naturaleza del no ser, pues, salvo la conjetura de reconocerlo como el contrario de aquello, poco se puede definir respecto a lo que no es, ya que de lo mismo no cabe que afirmar, sino sólo negar su contrario. No obstante, de igual modo que el ser humano ha intuido la naturaleza del ser a partir de lo percibido del entorno próximo de su conciencia, si el mismo reconoce a veces como fin de sus actos el no ser, cabría considerar que este habría de tener una entidad, al menos de razón, para que pudiera ser objeto de la voluntad racional. Cuando una persona decide no ser, por ejemplo, al poner fin a su vida con un suicidio, cabe admitir que renuncia a su modo de ser, que es la determinación propia que le incomoda y con cuyas circunstancias puede encontrarse incompatible, pero no por ello se ha de poder afirmar que renuncia a ser, sobre todo porque al ser el ser un trascendental no cae en el ámbito de dominio de la voluntad humana. Con lo que al no ser del modo de ser que pierde su existencia tanto puede configurársele como el mismo trascendental del ser como su propia oposición. Lo que puede coincidir con antiguas enseñanzas de las filosofías orientales respecto a que el todo incluye la nada.
El cambio del ser al no ser quizá se perciba mejor cuando se aplica a los accidentes en vez de a las substancias. En estos casos las permutaciones del ser al no ser no su producen en el modo de ser, sino en la forma de ser. Las cualidades y accidentes que caracterizan a la substancia tienen su propio ser, ya que de lo contrario ni serían ni podrían percibirse como característica de la sustancia, ya que todo lo que de cualquier forma determina lo hace porque existe. Por ejemplo, cuando una persona cambia de género, puede alterar partes de su cuerpo, dejando unas formas de ser e incorporando otras distintas. En este caso la substancia no pierde el ser que no se quiere dejar de poseer, pero las formas sustituidas sí mutan a no ser, aunque ello no redunda en ningún menosprecio del ser de la entidad, sino sólo del accidente o cualidad afectada, por lo que se podría concluir que el no ser buscado de la forma de ser no altera el reconocimiento de ser del propio modo de ser.
De modo parecido se podría considerar de que quien quiere dejar la adicción al alcohol para no ser alcohólico, lo que varía afecta a un cambio accidental de la manera de ser cuyo no ser no supone afectación alguna al ser de a la substancia ni al género, sino sólo al hábito constituido, por lo que el no ser querido de la manera de ser no altera el reconocimiento de ser del propio modo de ser ni de la forma de ser.