DEBER DE SER
Las potencias de un ser vivo son las que le permiten obrar según su modo propio de realizarse como ser. Sin esas potencias que posibiliten obrar, el ser vivo no poseería rasgos de distinción del ser inerte, porque aunque sus accidentes fueran diferentes -como lo son entre las distintas especias vivas- no existiría la marca determinativa del modo de ser entre quienes se mueven y evolucionan por sí y quienes cambian nada más que en respuesta a un influjo exterior; pues el modo de ser que intelectualmente se adjudica a quien se reconoce con vida está en la autonomía operativa que la filosofía clásica consideró como la potestad de motivar los propios movimientos para alcanzar el acto sobre el que existe potencia o posibilidad de obrar. También los seres inertes poseen potencialidad de cambiar, pero precisan un agente externo que actúe como causa del movimiento que realizan. Contra esta distinción cabe objetar que los cambios de los seres vivos los inducen sus elementos constitutivos más simples, que reduciéndolos hasta sus elementos atómicos cada uno de ellos es considerado como elemento inerte; por lo que reduciendo a la simplicidad la esencia de los seres vivos cabría la duda de si su modo de obrar convergería con los demás seres en la dinámica de partículas. En cualquier caso, considerando que los seres vivos son tales porque son compuestos, se les reconoce por su cualidad móvil, sea cual sea la estructura profunda de su realidad que les hace ser así.
Entre esas potencias que al ser vivo le permiten moverse existen las que se rigen mediante un movimiento computacional programado y las que requieren un procesamiento decisorio de las facultades que ordenan la movilidad. El propio ejercicio de la activación de las potencias para dar respuestas a demandas externas es lo que manifiesta en esos movimientos la cualidad del ser vivo, que en especial cuando provienen de las que se ejecutan según un procedimiento decisorio son signo de la forma de ser de un ser con conocimiento, que discierne la respuesta adecuada a cada determinada imputación.
Actuar según las potencias de la propia forma de ser manifiesta no sólo la asunción de la forma que lo determina como una cosa tal, sino que principalmente evidencia en las potencias al ser, de modo que cuanto más un ser viviente actúa mejor da muestras de que es y de la calidad de ese ser.
Los seres inteligentes también realizan su modo de ser por el ejercicio de sus potencias, y tanto en cuánto lo hacen manifiestan esa realidad de que son. La diferencia de su forma de ser está en que no sólo utilizan las potencias para operar respuestas a percepciones externas, sino que en la razón se realizan operaciones internas por las que se autodemandan respuestas objetivas a sugerencias intuitivas, de tal modo que su ser se realiza tanto por el ejercicio de sus potencias externas como las internas.
La pasividad o la pereza representan siempre una dejación o merma de ser, pues, aunque se siga siendo invariablemente persona, en cuanto no se actúa es como si no se fuera o existiera como ser vivo, quien se mueve o obra por sí, lo que equivaldría a una desnaturalización de la propia existencia o ser. La actividad, por el contrario, es la mayor evidencia de vida, y en cuánto las obras son creativas o resolutivas exteriorizan la realidad del ser.
Si el modo propio de ser se perfecciona siendo, ello no sólo influye sobre cada individuo, pues, por una parte, perfecciona a la sociedad que comparte en cuanto la operatividad de persona la anima a reconocerse como una colectividad activa capaz de realizar el propio modo de ser de la humanidad. Quien pensara depositar la responsabilidad efectiva del ser en los otros, permaneciendo de modo pasivo a ser movido por la inercia de la masa social, estaría perjudicándose perdiendo calidad de ser, atrofiando paulatinamente sus potencias, pero además estaría lastrando el paso de la humanidad hacia la reafirmación y progreso de su modo de ser. Por otra parte, como el modo de ser de cada especie se transmite y consolida de generación en generación, la debilidad de ejercicio del ser por la inacción de las potencias en un periodo y ámbito significativo puede perjudicar el modo de ser futuro. Esto debe atender a mantener activos los recursos naturales del propio modo de ser que pudieran en una época considerarse de menos trascendencia, debido a que se requiera en menor medida su consurso para sobrevivir, ya que nunca se conoce si en un futuro las condiciones pueden hacer que esas potencias perdidas vayan a ser requeridas en necesidad.