PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 74                                                                                     MAYO - JUNIO  2014
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EL PERFECCIONISMO EN LA EDUCACIÓN

 
Educar puede ser considerado como perfeccionar los hábitos operativos de una persona. Esa idea de perfección puede inducir a considerar que la eficacia de la educación se justifica en la perfección lograda, cuando la perfección por la perfección no es el objetivo ideal por sí mismo, sino en cuanto obrar con más perfección redunda en un mayor beneficio. El objetivo en el obrar es lograr un fin, y la educación proporciona medios para con más facilidad no errar en alcanzarlo, al aprender la teoría, la técnica, la ciencia, la aplicación y la habilidad de la experiencia de quienes antes han logrado alcanzar fines similares al ahora pretendido. Pero toda esa educación no evita la tendencia natural de cada persona a que sobre lo que aprende la intuición creativa le mueva a buscar lo mejor para sí mismo, lo que unas veces logra el éxito y otras el error, bien porque no se ha aprendido correctamente el fundamento, o porque se interpreta deficientemente lo sabido respecto a la aplicación para el fin deseado. Ello debe inducir a quien enseña a incluir en su programa enseñar a aprender de las equivocaciones.
Cuando se presenta como fin esencial el perfeccionismo de todas las obras, castigando el error que lo contraría, se corre el peligro de que la enseñanza no incluya la necesaria tarea de aprender a perdonarse a sí mismo, que es necesario para sobrevivir con un margen de esperanza al no ser posible salvarse del error en el obrar. Tanto como el reconocimiento al hábito del bien hacer que refleja la progresión de la perfección para obrar, la educación debe considerar la propensión al error como algo propio de las personas, preparando mentalmente para asumirlo y superarlo como una incidencia normal de la vida.
El rigor la educación en los siglos pasados, que castigaba incluso con penas corporales a quienes erraban, ensalzando la perfección hasta un grado mítico, generó a muchas personas tan aversión al error, que cuando se equivocaron sucumbieron más como víctimas del propio desprecio que por las consecuencias objetivas de sus errores, entre otras razones porque no habían sido educados para asumir que ello podría acontecer, careciendo de recursos mentales para abordar su propia regeneración.
 

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