IDEAL Y VERDAD
Considerando el ideal como el conjunto de ideas y creencias que dirigen la conciencia de una persona, hemos de considerar que constituye una dimensión radical de cada personalidad. Si también consideramos que la verdad es una cualidad que se constituye como fin natural para todo juicio, hemos de concluir que entre el ideal, que dirige la rectitud de los actos, y la verdad, que adecua el conocimiento a la realidad, debe existir una relación que objetive la moralidad de los actos humanos. El problema se plantea en cuál de los dos deba ser la referencia fundamental para la personalidad, porque tanto cabe que las creencias del ideal no se ajusten a la verdad, como que se dude del contenido objetivo de cualquier verdad que entre en contradicción con el ideal; estas dos tensiones del alma son las que complican en gran manera la seguridad moral de todas las personas y que justifican la evolución de la personalidad.
Las personas humanas en su juventud carecen de la suficiente experiencias de vida con las que verificar la adecuación objetiva de su conocimiento a la realidad, por lo que las ideas que dominan su mente se soportan en la certeza de su intuición o en la confianza del juicio de las personas de quien reciben ese ideario. Sobre el ideal se refleja una gran influencia de a cultura en que se es educado, aún cuando ésta no demuestre suficientemente la verificación de sus principios, que si no se cuestionan en su línea social de pensamiento pocos recursos poseen los jóvenes para contestarlos, salvo que tengan acceso a otro foco de información que al menos induzca la duda sobre la idoneidad del ideal aceptado, debiendo decantarse por una u otra consideración de la verdad. Esa falta de experiencia para asegurar la verdad, unida a la pasión por poseer una personalidad definida, son las que originan que la mayoría de los jóvenes tiendan a hacer de su ideal la verdad, la que se defiende más como una creencia que con la penetración de la razón, lo que los define como grandes idealistas frente al cierto grado de escepticismo de sus mayores, que van a juzgar como una debilidad de la personalidad.
La madurez de la personalidad se suele marcar por una tendencia a la búsqueda de la verdad, o a una renuncia de alcanzar la posibilidad de cualquier verdad. Unos y otros fundamentan esa tendencia sicológica en la experiencia de la vida, que les ha ofrecido una visión suficiente con la que verificar las condiciones de verdad de su ideario personal, modificando sucesivamente la vigencia de unas u otras certezas, de modo que el ideal no es ya el que determina la directriz de la conciencia, sino que la misma búsqueda de la verdad en cada juicio se constituye como el ideal a seguir. Se puede aceptar o no la vigencia de una verdad objetiva, pero el que la haya o no deja de depender de un ideario predeterminado para que se muestre como la resolución de un proceso intelectual que busca la justificación de la verdad allá donde la pueda encontrar.