RELIGIÓN Y SOBRIEDAD
Una cosa es lo que consideran las religiones que agrada a Dios, y otra sus reales preferencias. Las mayoría de las creencias de la historia han apuntado a considerar que a Dios le satisface el mismo rango de objetos con que los hombres se satisfacen, y así le han ofrecido para honrar su divinidad todo tipo de metales nobles y piedras preciosas, fastuosas edificaciones, cantidades incontables de cera, iluminaciones, obras de arte, ropajes, animales en sacrificio y hasta vidas humanas, pensando que con ello se ganaban su favor. Toda esa parafernalia representa el concepto humano del poder y la ambición, y dice mal de atribuirlo a un Dios, ya que eso supone de hecho la construcción mental de una divinidad a semejanza de las ansias del ser humano.
El criterio más correcto para considerar a Dios es a partir de intuición intelectual de la naturaleza de un espíritu desprovisto de toda materia, por lo que atribuirle preferencias o gustos materiales supone una contradicción, al menos en cuanto a lo que significa realizarse según su esencia, pues sólo los bienes materiales pueden suponer un beneficio a los seres materiales que se puedan aprovechar de los mismo. Ni las riquezas, ni los alimentos, ni los ornamentos... nada material puede incidir en beneficio de un ser espiritual que trasciende a la creación.
Yerran los seres humanos cuando piensan que honran a Dios ofreciéndole sus bienes, porque obran al modo humano y no según la consideración de la esencia de Dios. Lo que en esos casos los hombres se procuran es su propio consuelo de ser generosos para con un Dios que debería en justicia recompensarles con bienes proporcionados a sus ofrendas. En el fondo no supone más que una representación del espíritu comercial de la naturaleza humana, pero con un medio y un fin equivocado, porque esos bienes materiales que para las personas representa un valor, para Dios no lo tiene, ya que ningún material por sí tiene mayor valor que otro sino porque haya quien se lo aplica cuando lo usa.
Honrar a Dios en todo caso se ha de lograr con valores espirituales, o sea actuando según el modo providente que le es propio, haciéndose solidario con las obras que le puedan ser propias, proyectando la identificación que con Él se desea al realizar lo que se cree que obraría. Socorrer al prójimo, ayudar al desvalido, favorecer al necesitado, actuar con justicia, obrar siempre el bien con los demás, repartir lo que de más distingue de los otros... sí representan obras que se atribuyen al sentimiento de Dios, por lo que esas obras son las que deben identificar al hombre y a la colectividad religiosa.
Las riquezas puede ser que muestren el poder temporal de una religión, pero la sobriedad en el culto, en la doctrina y en la vida de las personas religiosas es lo que ofrece un testimonio trascendente de la relación con Dios, fundada en los valores del espíritu y no en ambiciones materiales.