POPULISMO
Como a principios del siglo XX, el proletariado social del nuevo siglo se ha significado con una importante contestación hacia los políticos por avalar el enriquecimiento ilegítimo, por la tolerancia con la corrupción, por el despilfarro en la administración pública, por reducir la protección social, por el dominio de las oligarquías, por la brecha en la cohesión social, por la dictadura económica, por la manipulación de la justicia... Cabría aducir que son las consecuencias perpetuas de las relaciones de dominio con que siempre se ha ejercido el poder, pero el problema mayor es que, tras el esfuerzo social por lograr la democracia, parece como si la sociedad se empeñara en el masoquismo de consentir que el pueblo desprecie al pueblo.
El planteamiento de los tradicionalistas es que la adecuación para la gestión pública recae en unos pocos que, mayormente proviniendo de las familias políticas pretéritas, han tomado por profesión el ejercicio del poder. Estos, de acuerdo al aval con que cuentan de los políticos de turno, se constituyen como el relevo generacional idóneo para que nada cambie en la estructura política que les es favorable.
El ritmo de evolución social, que sigue la pauta que le marca el incremento porcentual de acceso a la cultura, está favoreciendo que cada vez más el pueblo reclame para sí no sólo el reconocimiento legal de sus derechos, sino su efectiva realización, que, si se malogra por culpa del sistema representativo vigente, incita a la reivindicación del poder mediante el ejercicio de un democracia más directa, que aspira a lograr colmar las expectativas de una sociedad que distribuya el beneficio de modo más equitativo entre todas las clases sociales. A esta nueva tendencia, que se extiende en muchos países descontentos con la gestión de sus autoridades e instituciones, se la ha comenzado a denominar populismo, porque los avales de sus líderes no provienen sino del refrendo que consiguen mediante el contacto directo con el pueblo.
La menor experiencia política de estos advenedizos políticos, no conformados según la ideología interesada de los partidos históricos, pretenden equilibrarla con un conocimiento más profundo de la voluntad popular, la que no siempre sabe expresarse con corrección política aunque represente el ideal del pueblo respecto a la gobernación. Para que esa comunicación sea eficaz, no basta conque los ciudadanos presenten sus reclamaciones inatendidas, sino que es necesario por parte de quien se ofrece como representante legítimo de esas reivindicaciones que las conteste de acuerdo a una estructura política que pueda dar garantías de su formalización. En la medida que el pueblo es más culto sabe discernir mejor qué es lo que le conviene, por lo que rechaza el sistema que le defrauda; quienes aspiren a representarles políticamente tienen que esforzarse más en discernir la razón lógica que sostiene cada una de las aspiraciones del pueblo, desechando la demagogia motivada en la ineptitud o interés particular de quienes defraudan la responsabilidad ciudadana.
Se considere eficaz o no, la democracia avala el sistema que legitima la voluntad de la masa social como referencia política, salvando la protección de los derechos fundamentales, también de las minorías, y ello debe hacer que las instituciones tradicionales evolucionen de la política de dictar las voluntades desde la manipulación de la cultura a plegarse a cómo siente y opinan las personas, dado que si no, más pronto que tarde, se generará el conflicto revolucionario entre legalidad y legitimidad.