PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 75                                                                                     JULIO - AGOSTO  2014
página 10

PARTITOCRACIA

 
Hay quienes confieren antigüedad a la democracia porque en algunos países se votara la elección de representantes en parlamentos o cortes que contrapesaran el poder soberano de las monarquías. Otros incluso consideran como la iniciación a la democracia las estructuras representativas de las repúblicas de la Grecia clásica. También se asimila a la democracia la estructura de determinadas comunidades indígenas en las que existía una prevalencia de la actividad colectiva sobre la particular, de modo que la mayor parte de la responsabilidad social se dirimía de forma comunal, eligiéndose a quienes se estimaba más capacitados para dirigir el pueblo. Todas estas estructuras sociales del pasado, en las que se quiere ver formas embrionarias de democracia, no pueden ser entendidas como ella misma si sólo se observa el que de alguna manera obrasen con tendencias representativas, ya que en muchas de ellas esa posible capacidad de representación más puede asimilarse a un sistema aristocrático que al democrático, en cuanto sólo parte de los ciudadanos eran reconocidos con capacidad para elegir y poder ser elegidos representantes decisorios del conjunto de la colectividad.
La esencia de la democracia como forma ideal de autogobierno de un pueblo se fundamenta en el reconocimiento de una igual dignidad de todos los ciudadanos para involucrarse en el destino de la sociedad, dado que a todos afecta por igual ese destino, de modo que el sistema consagra el respeto a la soberanía personal, que nunca se pierde aun cuando se pueda ceder el poder decisorio mediante una estructura de representación que haga eficaz el sistema. La democracia exige que el poder efectivo del gobierno de la comunidad radique en el pueblo, como el conjunto de las personas que, por poseer razón, están dotadas por la naturaleza de la capacidad de dirigir de forma inteligente sus actos, organizando su vida propia en lo que les afecta en la individualidad y su vida social en lo que les concierne en relación con los demás. Si a algunas personas se les limitara la responsabilidad para gobernar sus actos sería como reducirlas a la condición de semiesclavitud, pues habrían de obrar no según su conciencia sino como dictara la voluntad del poder. Por ello, lo más definitorio de la democracia está en el reconocimiento de la personalidad del pueblo a la que sirve el poder del que se dota para funcionar, y no la sumisión del pueblo al poder establecido. El reconocimiento de esa personalidad de ninguna manera puede al mismo tiempo cuestionar la capacidad del pueblo para autogobernarse, y cuando un sistema no lo admite es que está negando la realidad misma de la democracia, o sea que se impone cualquier otro sistema político distinto de ella.
La agrupación del pueblo en partidos políticos, como vehículos instrumentales de participación, es una de las posibilidades que ha aprobado la mayor parte de las sociedades en las que ha arraigado la democracia, pero ello exige partidos cuya estructura interna sea democrática, pues en caso contrario estaría contaminando el itinerario político que persigue. Además de la trasparencia en las formas democráticas, se exige de los partidos, para que respeten la democracia, que no se configuren como una estructura de poder para dirigir a los ciudadanos en una ideología, sirviéndose de ellos como medio de legitimación, al modo de los poderes aristocráticos, sino configurándose en cadena de transmisión de las voluntades individuales. Si los partidos políticos no son trasparentes y flexibles para reproducir permanentemente la auténtica voluntad de la sociedad, se convierten progresivamente en estructuras autárquicas de poder, dentro de la pretendida sociedad democrática, que contaminan la credibilidad democrática del sistema, por más que formalmente sea representativa en las formas. Así puede considerarse que muchos Estados, que se titulan democráticos, están realmente estructurados según pautas de poder que se asemejan aún a los sistemas autoritarios y aristocráticos, en cuanto las instituciones no se conciben como instrumentos de servicio y defensa de la libertad individual ciudadana, sino como modos represivos para restringir toda forma de participación que no sea favorable a los intereses de partido. La democracia requiere partidos y políticos que sepan entender lo que el pueblo demanda, no partidos y políticos que comprenden que el pueblo no sabe discernir qué le conviene.
Esta actitud de poder discrecional de los aparatos de los partidos políticos sobre la representación que les confieren los ciudadanos no permite homologar el sistema como una democracia, sino en todo caso como un fase en la evolución hacia la democracia, que se puede denominar partitocracia, cuya identificación está en que cada ciudadano pierde su soberanía política mientras no pueda exigir el derecho de rectificación a sus representantes cuando actúan de modo opuesto al programa electoral con el que fueron elegidos, cuando se pierde la confianza en el partido por causas de corrupción, cuando se exige una disciplina de voto que atenta a la conciencia de los representantes respecto al sentir de sus representados, cuando los partidos renuncian a la regeneración de sus cargos, cuando se designan afines para controlar la justicia, cuando se hace de los cuerpos de seguridad servidores del partido, cuando la propaganda estatal se dirige de modo sectario, etc. Se puede argumentar que la democracia siempre permite rectificar en el siguiente periodo electoral, pero la dificultad para que la sociedad se desembarace de la partitocracia está en que ésta desde su posición de poder se consagra a mantener inamovibles las estructuras que le favorecen, negando la posibilidad del cambio que permita la evolución necesaria y lógica de la política en su ajuste a cómo evoluciona la sociedad.
 

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