RELIGIÓN UNIVERSAL
El concepto intrínseco de religión refiere a una relación entre los seres humanos y una realidad trascendente a la determinación propia del mundo material. La fundamentación de esa referencia se haya en la reflexión que permite a los hombres poseer conciencia de su capacidad de abstracción que les permite distinguir en su ser el propio objeto material que es conocido y el ser intelectual que lo conoce. Esa distinción es la que, desde la intuición analógica, le ha permitido desarrollar un saber filosófico que le habilita para razonar sobre la existencia de una realidad espiritual diferenciada de su realidad material. En esa referencia a lo espiritual por la experiencia de la propia conciencia todos los hombres son semejantes en el tiempo y lugar, por lo que la apertura a la religión se identifica en su estructura más profunda como una misma potencia intelectual universal.
La sociología tiende a identificar la religión como una actitud social, olvidando que lo más significativo de la religión no proviene del ser humano sino de Dios. En la relación que se establece entre el hombre y Dios, la iniciativa no correspondería al hombre salvo que se considere como una recreación de su intuición intelectual, pero en ese caso la religión no sería tal, pues no habría comunicación con un ser distinto a la propia mente humana. La auténtica religión exige una relación espiritual entre el hombre y Dios, y sólo se puede concebir posible si es Dios el que toma la iniciativa en mostrarse como tal a la conciencia humana. Más aún, se considera que esa conciencia espiritual humana es creación directa de Dios como una substancia reflejo de su ser, unida al cuerpo humano, como proyecto de comunicación de su propia identidad sobrenatural. Si corresponde a Dios esa iniciativa, habría que aceptar que a todo ser humano le dota de un alma de igual substancia, por lo que no existiría discriminación en la relación hombre-Dios en razón a esa misma naturaleza.
Desde siglos, la profundización filosófica del hombre sobre la razón de ser de su conciencia le ha llevado a definir el enraizamiento de los principios morales que juzgan sus actos como la directriz de la rectitud de su voluntad, de modo que la distinción entre el bien y el mal no radica sólo en la consecuencia material de lo obrado sino en la conciencia con la que se obra, por lo que sus actos pueden ser juzgados como morales, o sea, con libre apercibimiento del fin en la causa, que los distingue de los procesos de naturaleza exclusivamente material en los la consecuencia causa-fin es de índole necesaria a todo acto de la causa. Esta moral natural es común a todas las religiones, las cuales predican como modo de acomodarse a la forma de ser en semejanza a Dios en el hacer el bien y evitar el mal. Hay que tomar en consideración que la esencia de la religión no es definir lo que ha de hacer cada persona, porque limitaría su libertad, sino en cómo debe ser cada persona, porque el modo de ser no limita la libertad sino la especifica y define.
La comunicación con Dios que se establece en la religión sirve para facilitar el conocimiento del fin último de la vida humana, ya que la razón no puede conocer nada del más allá que pueda acontecer al espíritu por experiencia personal. La religión define un fin para el alma de participación de la forma de ser propia de Dios, según la libre disposición de cada alma para asumir esa realidad, como el modo propio de configurar la propia vida espiritual de acuerdo al dictado moral de realizar el bien y purificar al alma de la consciente omisión de ese deber.
El procedimiento común de la relación con Dios no es otro que el que se da entre las criaturas: El conocimiento y la amistad que se deriva del trato. En la religión ese trato no puede proceder de la percepción sensorial, pues Dios no posee substancia aprehensible de la que puedan formarse imágenes, conceptos e ideas mentales, sino que por ser puro espíritu se comunica a través de la intuición al entendimiento humano, lo que se realiza en la meditación y en la oración. Esto hace que el mensaje religioso sea siempre personal, aunque luego cada individuo pueda compartir con los demás su experiencia que les pueda servir a otros como tema para su meditación. Los contenidos de la oración pueden ser tan variados como la intuición le dicte a cada persona, habiendo temas comunes que parecen constituir un denominador universal en las relaciones hombre-Dios, como son las de la ayuda y protección, la iluminación de la conciencia, el aprendizaje del bien obrar, el agradecimiento... todas de acuerdo a la configuración del intelecto respecto a la intuición formada de la potencia y modo de ser propio de la divinidad.