CARÁCTER SUBJETIVO DEL PLACER
Desde esa afirmación tan protocolaria hasta el placer de disfrutar de un excelente vino saboreando una buena comida, pasando por una salida al monte disfrutando de todas las grandezas de la madre naturaleza… ¿Quién es capaz de cuantificar o diferenciar el mayor o menor grado de placer de una situación a otra en función de la persona que lo perciba? ¿Dónde o cuál es la matriz polinómica singular que nos lleve a evaluar entre cada placer/persona la satisfacción, disfrute, felicidad, afectividad?... Pueden parecer conceptos hasta sinónimos o al menos muy relacionados. Naturalmente que están relacionados y todos se integran para nuestra salud emocional, pero quién está en posesión de esa fórmula de valoración de la intensidad de una a otra situación en cada persona. Y por otro lado, quién está con la ventaja comparativa para obtener mayor grado de placer. Quizás ¿la juventud, la riqueza o la salud?… Son cuestiones complicadas de llegar a un juicio certero. Es fácil llegar a aproximaciones en las que podamos estar de acuerdo, pero no obstante, nos lleva a considerar el carácter subjetivo del placer.
Carácter subjetivo y evaluación relativa: ¿Son los jóvenes, los ricos o los que disfrutan de mejor salud los potenciales receptores del placer?
Recientemente tuve ocasión de presenciar la escena de una pareja de personas mayores sentadas en la cercanía de la orilla de una playa solitaria contemplando y disfrutando del horizonte marino, cuando los dos, agarraditos de la mano, decidieron, previa caída de la señora, superar la orilla y profundizar en el mar solo unos metros para sumergir la cabeza en el agua y disfrutar de todas esas sensaciones que cada uno tenemos en su escala de valores. Nos podemos preguntar si la misma acción de contemplación o de baño en una playa tiene el mismo grado de placer para esa pareja de mayores que para un chaval joven de 18 años, por ejemplo.
Sin entrar ni profundizar en los términos filosóficos del placer, creo que podemos llegar a un acuerdo amplio en afirmaciones tales como que el placer es una de las referencias de nuestra vida afectiva que acompaña a las emociones que sentimos. Claro que también tiene mucho que ver con la felicidad y/o perversidad como objetivos de nuestra vida…, y por ahí puede venir una cierta polémica y disconformidad cuando hablamos de los valores morales del “bien y el mal”. Todos sabemos que se puede disfrutar del placer haciendo feliz al mundo como también actuando de forma perversa con la gente.
La diversidad de placeres en la vida, positivos o perversos, tienen mucho que ver con la educación recibida de nuestra familia, colegio, amigos y entornos relacionales socialmente en los que hemos ido fraguando nuestro carácter de comportamiento personal. Nuestro carácter y sus estructuras internas, que vamos configurando individualmente como patrones de conductas, son los que van a administrar o gestionar la búsqueda de placer en el conjunto complejo de nuestra personalidad (perfil de cualidades del carácter que configuran la matriz de conductas individualidades).
Así parece claro, sin entrar en la idea moral del bien o el mal, que con el desarrollo del placer, a través de la afectividad, satisfacción, alegría, motivación… estamos en línea de tendencia hacia la felicidad en la vida, dado que estimula los sentimientos, el bienestar e integridad del organismo.
Si en la parte externa no tenemos ninguna fórmula comparativa para determinar el estado de placer en una u otra persona, internamente cada persona sí puede detectar sus claves de placer en cada momento de su vida (edad, salud, estado, situación económica o de salud), y cuáles son los registros que su carácter va modulando a través de su propia personalidad para alcanzar su felicidad y propiciando las metas de placer que se buscan de forma activa. ¡No esperemos pasivamente que la vida nos la vaya proporcionando! El placer personal cada uno lo encuentra en en su sitio o reducto.
Básicamente, los clásicos se pusieron de acuerdo en lo que efectivamente la vida se suele orientar hacia la búsqueda del placer, pero también parecen coincidir en recomendar dos cualidades de comportamiento, una la templanza y otra la prudencia. Por tanto, con un puntito de humor, es razonable actuar siempre con confianza y sabiduría, pero también seamos prudentes desarrollando una inteligencia práctica para pensar antes de actuar, y por otro lado tengamos templanza fundamentalmente en la comida, bebida y sexo.