PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 77                                                                                     NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2014
página 5

MENTE FEMENINA

 
Las diferencias orgánicas entre el hombre y la mujer, independientemente de lo que pueda enseñar la fisiología y la antropología, pueden entenderse como una aplicación de la adaptación al medio de los géneros, de modo similar a la doctrina de Darwin respecto a la evolución de las especies. Aceptar esta tesis comprende tanto las diferencias fisiológicas que puedan haber evolucionado para la definición del género en la especie, o la evolución de cada género en la especie que lo tenga ya definido. La realidad actual es que existen diferencias marcadas en la fisiología de los géneros fundamentales para la reproducción, y otras que pueden suponer dimorfismos debidos a la adaptación al medio durante siglos respecto a la manera de actuar. Desde el punto de vista filosófico se podría diferenciar: 1º Respecto a la forma de ser los dimorfismos sexuales necesarios para la reproducción, tal y como se han especificado en cada especie. 2º Respecto a la manera de ser los dimorfismos que pueden proceder de la adaptación al medio por las costumbres sociales vigentes durante miles de años. Entre estos últimos podría entenderse muchas de las diferencias morfológicas en el cerebro que se aprecian entre machos y hembras de algunos mamíferos, y entre los varones y las mujeres en la especie humana.
Han sido divulgadas, por medios de todo el mundo, conclusiones científicas de la University of Pennsylvania (US) que demuestran no sólo diferencias de tamaño entre los cerebros del hombre y la mujer, sino importantes diferencias en su funcionamiento. En los hombres mayores predominan las conexiones entre la parte delantera y trasera del cerebro, las que precisaría un cazador; y en las mujeres más conexiones entre los hemisferios derecho e izquierdo, las que facilitan realizar más acciones simultáneas. De ahí se puede deducir la mayor predisposición de la mente femenina para empatizar, por ejemplo: identificando como siente y piensa otra persona; mientras que la mente masculina tiene más facilidad para sistematizar, por ejemplo: para analizar sistemas.
La tesis desde hace siglos sostenida sobre la facilidad de la mujer para la intuición y la diversidad de atención de tareas, cada vez más avalada científicamente, podría justificar la razón de la manera de ser así considerando que la mente de la persona tiene como primera ocupación la supervivencia y la protección de la especie. Para la necesidad de ese ejercicio es lógico que según la manera de ejercerlo se hayan desarrollado en el cerebro las conexiones más propicias para garantizar ese fin. Si los varones durante siglos y siglos estuvieron dedicaron gran parte de su tiempo a la caza y la defensa, no es extraño que se le puedan encontrar en el cerebro esa configuración predeterminada. En el caso de las mujeres, hay que considerar un hecho fundamental, que es el que la mujer, en su ocupación histórica de atención de la prole, tiene que ejercer de preceptora de la mente ajena de los niños en su etapa infantil, hasta que logran un razonable uso de razón; durante ese periodo ejerce su cerebro la labor de una múltiple atención, tanta como hijos menores tenga que tutelar asumiendo su mente suplantar la de cada uno de esos pequeños respecto a la autoprotección debida, atendiendo a sus necesidades de alimentación, intuyendo por qué lloran, si se sienten enfermos, sus condiciones higiénicas, etc. toda una atención mental que se debe realizar simultáneamente a la de gestionar las propias necesidades personales. Esa exigencia mantenida durante  miles de años por uno de los géneros puede haber configurado la actividad mental para ser capaz de responder con la mayor eficacia a esas constantes de dedicación, de modo que se haya optimizado esa prestación de atender a múltiples actividades simultáneas en detrimento de otras posibles aplicaciones que no se desarrollaron con tanta asiduidad.
Las adaptaciones fisiológicas por la manera de actuar no deberían confundirse con las orgánicas por la diferenciación sexual en la función reproductiva, porque la manera de actuar en la comunidad social no tiene directa dependencia del sexo, sino de la costumbre derivada de las relaciones del entorno. Esas actitudes de la mente no deben considerarse como determinaciones del género por naturaleza, sino adquiridas por adaptación el medio social, por lo que se encuentran predispuestas a variar tanto como pueda ser necesario para configurarse a nuevas exigencias. Si las actitudes de la mente del varón se pudieran considerar como más genuinas, en el sentido de que siguieran respuestas más primarias de la especie, no quiere ello decir que sean más necesarias, especialmente en el grado de progreso actual; muy posiblemente esas preformas de conexiones cerebrales se mantengan latentes igualmente en la mente femenina, por lo que la diversificación de las maneras de actuar ayudaría a que las reactivasen con relativa facilidad, sin que por ello deba perder las propias características que actualmente posee.
 

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