IGNORAR LA REALIDAD
La mentira es una construcción mental o intelectual de la persona que tiene como fin alterar una verdad, existencial o de razón, como defensa ante una realidad que le interroga. En cuanto la mentira es más espontánea debe considerarse más como una actitud mental que intelectual, porque en muchos casos se realiza como un reflejo condicionado para eludir un posible perjuicio, tanto como se separa la mano de un objeto caliente por temor a quemarse. A toda mentira como respuesta más o menos espontánea o refleja le suele seguir una consideración intelectual que ratifica esa falsificación de la verdad o la enmienda, de modo que cuando no la rectifica se asume la responsabilidad de esa defensa, evaluando la conciencia la proporción de legitimidad con que en cada caso se utiliza.
Habitualmente se considera el mentir como la negación voluntaria de una verdad conocida. Desde esta concepción la mentira puede ser positiva, cuando se niega lo que en conciencia se sabe que es verdad, y de omisión, si se omite la manifestación de una verdad conocida. Esta última no suele ser considerada mentira, al no existir una manifestación explícita de negación de la verdad, pero puede considerarse como tal si el sujeto que calla tendría obligación ética de decir la verdad, por el bien que se omite de su silencio, o por el mal que del mismo se pueda seguir.
Existe otra forma de mentir que normalmente no se considera, que es la que afecta a la consolidación de la verdad en la conciencia, de la que se derivan luego todas las propias manifestaciones. Si mentir es contrariar lo que se tiene por verdad, la aproximación de una conciencia recta, lo que se sabe, a una conciencia cierta, que haga una auténtica identificación de la realidad, constituye una responsabilidad de todo ser humano, porque juzgar desde el error hace que indirectamente las propias afirmaciones puedan convertirse en falsedades respecto a la verdad objetiva. En la medida que el error del propio juicio es vencible observando la realidad circundante, la conciencia supuestamente recta, que se sigue del criterio de que las cosas son así, es tan ilegítima como cuanto se desprecian los medios accesibles para salir del error.
Ignorar la realidad, por rechazar su percepción o compresión, muchas veces responde a un criterio sicológico de defensa que declina someter a criterios de verdad la relación entre el propio mundo interior y la realidad de la existencia exterior. Esa barrera puede parecer a quien la construye que protege la propia conciencia, consolidando la rectitud de su identidad, pero también la aísla de la verificación de su adecuación a las condiciones mutables de la realidad ajena al propio ser.
Ignorar la realidad es especialmente grave en lo que afecta a las relaciones sociales, pues quien no atiende a la evolución de los criterios que marcan el tiempo y el espacio en los que se han de enmarcar esas relaciones cae en el peligro de marginarse progresivamente de toda relación, o de imponer unas relaciones de dominio en las que prevalezca el dictado de la subjetiva concepción de la verdad, las que permanentemente van a ser contestadas como falsas si no demuestran el objetivo contenido de verdad frente a los criterios innovadores de cada nueva realidad social.