RENOVACIÓN
Lo que es, lo es porque ha tenido un pasado. Sólo el presente existe, lo pasado ya no es. Esta relación existencial entre pasado y presente es resultado de la linealidad de la secuencia temporal y de la evolución del ser, ya que si nada cambiara el tiempo no se podría medir, por lo que si el tiempo se percibe como una secuencia continua es porque el cambio existencial es constante. En la medida que el tiempo y el cambio son pensados por el hombre, desde la percepción sensible de su entorno y de su realidad personal, ha podido crearse la disciplina de la historia, cuyo acervo constituye la fuente esencial para regir su presente y su futuro, aunque nada anterior condiciona al hombre de modo trascendental sobre su obrar, porque cada acto supone un hecho de realidad nuevo que únicamente depende: de una respuesta autónoma del organismo a un impulso externo, o de una respuesta intelectualmente procesada por la que la voluntad obra de modo actual. El pasado no se puede alterar, pero la historia, como disciplina global, permanentemente cambia, porque en cada momento incluye la percepción de los nuevos actos de la humanidad, lo que se reconoce como actualidad.
Al considerar la sociedad como la determinación de las relaciones colectivas de la humanidad, se considera primordialmente como el resultado del conjunto de las relaciones habidas, o sea la consecuencia de que esas relaciones se hayan dado y tal como se han dado, se juzguen desde la perspectiva actual acertadas o erróneas, pues si no se hubieran establecido la sociedad no sería. Desde esta perspectiva la sociedad se debe al pasado.
Si el ser humano no se reconociera libre y creativo, su tendencia natural debiera seguir las pautas de su pasado como garantía de supervivencia. Al reconocerse libre no sólo ello supone la pasión por la renovación, o sea recrearse en cada generación y en cada momento actual, sino que además esa libertad le permite considerar lo pasado como lo que se ha hecho, pero que podría igualmente haber sido de manera distinta si la creatividad de quienes obraron hubieran decidido hacerlo de manera distinta. Esa capacidad de juzgar lo pasado no sólo le permite el contraste entre las formas de organización de la sociedad entre unas y otras épocas, y entre unas y otras comunidades, sino también considerar que para él lo más trascendente de la historia ha sido la ciencia de la relación del hombre con la naturaleza y las leyes de esa transformación, pues de las relaciones entre seres humanos hay tanto que aprovechar como que deplorar. Así del continuo del tiempo se podría predicar la perfección legada a la inteligencia práctica de la humanidad, pero también las reservas de que ese continuo haya supuesto un progreso para la conciencia ética y moral de los seres humanos.
Como las costumbres de la sociedad se han constituido sobre el modo y la manera de ser de las personas pasadas, y su legado está formado tanto por la ciencia como por la ética con que la ha empleado, las nuevas generaciones no deben saberse rehenes de la historia, como pretenden presentar las conciencias más conservadoras, sino plenas de legitimidad para idear, crear y aplicar todos aquellos nuevos criterios que aunque entren en colisión con la historia no lo hagan sobre los fundamentos de la filosofía social, en cuanto el pasado no es garantía de verdad más que en aquello que la ciencia certifica y lo que no hiere la recta conciencia ética actual. La renovación necesaria en cada época debe provenir del juicio actual sobre el pasado, siendo tolerantes con el pensamiento dominante en cada momento, pero nunca de que sea el pasado el que juzgue el presente. La historia sirve para informar la inteligencia humana sobre lo que hacer en el presente --y no es vano recurso--, pero de ningún modo puede considerarse una realidad establecida que condicione la libre determinación de las relaciones sociales como mejor las entienda cada generación.