TECHO INTELECTUAL
El techo intelectual puede situarse en el saber respecto a cada materia que confiere el pleno conocimiento de cada realidad.
Mientras no se pueda definir inequívocamente una realidad, no se puede afirmar que se haya agotado el conocimiento posible sobre ese objeto de estudio, pero aún cuando se defina con el máximo rigor esa especificidad cabe la duda de si el lenguaje con el que se define es asimismo tan seguro como para certificar que su comprensión no contamine de error lo que se predica de esa realidad. Esas dudas posibles respecto a que lo que cada mente entiende como transmitido --según su propio lenguaje interior-- sea idéntico a lo que las demás mentes perciben en la recepción del mensaje es causa de escepticismo respecto a que el conocimiento de alguna realidad pueda definirse como absolutamente cierto en todos los entornos de conocimiento. La Filosofía del Lenguaje está en el empeño de vencer ese escepticismo desde la certificación de las condiciones de verdad de los lenguajes empleados en la ciencia para que puedan considerarse universalmente inequívocos.
Otra discusión sobre la certificación del pleno conocimiento de una realidad puede provenir de si la definición inequívoca de la misma deja de considerar alguna parte de su composición, pues de nada se alcanzaría un pleno conocimiento si alguna de las partes que la compone admite una mejor definición de su realidad. De ahí el interés de la ciencia por el conocimiento de las más ínfimas partículas que determinan la composición de los demás elementos.
Ese interés en definir inequívocamente una realidad encuentra especial dificultad cuando se trata de una relación entre diversas materias, como puede ser la finalidad de la combinación o aplicación de unos elementos u objetos sobre otros, en especial en lo que pueda competer a la bondad, pues ese conocimiento fundamenta la ética de los seres humanos. Aunque de todas las cosas se pueda decir que son buenas de por sí en cuanto existen, cuando entran en relación con otras pueden causar un bien o un mal. Cuando ese bien o mal es el resultado de una relación entre varias cosas, si la relación es efecto de un acto voluntario el agente es responsable de la consecuencia derivada en función del grado de conocimiento previo que del resultado de esa relación pudiera tener. Ese conocimiento del bien en las relaciones que son dominio de la libertad humana constituye el contenido de la ética.
El ejercicio de las diversas disciplinas de la cultura pueden tener diversos fines, siendo los más elevados descubrir y enseñar la verdad y el bien. La verdad se considera el fin último de la cultura, ya que la verdad supone la realidad que se puede evidenciar de cada cosa según su modo de ser y relacionarse. El bien puede considerarse como fin material de la cultura cuando se considera el saber como bien en sí mismo; y como fin objetivo de la misma cuando se considera el saber como medio para comunicar una bondad que perfecciona a algún ser humano.
El techo intelectual de la cultura nunca se alcanza en conocer la verdad de cada cosa o relación como realidad, sino cuando de esa realidad se conocen todas sus posibles relaciones que generan aplicaciones beneficiosas para la humanidad. Como esas aplicaciones pueden extenderse en el tiempo y el lugar sobre las personas, la aproximación a su techo intelectual no debe valorarse en agotar la descripción de sus contenidos de verdad, sino en cómo esta realidad se puede aplicar a comunicar el mayor bien posible a las personas, lo que entraña valorar a cuántas personas beneficia y cuánto de bien comunica a la vida real de cada una de esas personas.