REVOLUCIÓN EN EL ORDEN SOCIAL
Una revolución en el orden social exige como partida que no se violente el orden, no este o ese orden, sino el concepto de orden, o sea que, aunque parezca una paradoja, sea una revolución que se haga dentro del orden debido a la correcta vida social. Podría parecer que revolución significa revolver, pero también se puede considerar que está emparentada semánticamente con volver, dar la vuelta, sin que deba interpretarse que ese dar la vuelta haya de ser por naturaleza violento, sino la consideración del fin: Que el objetivo de la revolución sea haber vuelto el orden social porque se hayan priorizado determinados valores que antes se encontraban postergados.
Una pacífica revolución en el orden social exige seleccionar qué valores la sociedad demanda, porque considera que, aunque hayan sido proclamados, su efectiva realización no se realiza en la sociedad. Una vez identificado qué debe reivindicarse es necesario confirmar que esos valores poseen trascendencia social y que son reclamados por la población. Una vez confirmado el respaldo social a los valores a rehabilitar, se hace necesario la definición de los procesos para su implementación en el orden social. Finalmente es necesario legitimarlos a través de los procedimientos legales de participación ciudadana. Podría parecer que tanta exigencia es incompatible con la pasión revolucionaria, pero sólo de la toma de conciencia del concepto de orden se puede seguir el orden que revolucione la sociedad sin alterar la paz.
La teoría democrática es un aval para conseguir que la política se pliegue al interés general de la sociedad, pero la experiencia histórica muestra cómo la democracia la manejan otros poderes y grupos de presión para hacer de ella su subordinada, y con ello sostener el dominio político de las minorías sobre las mayorías. No obstante, también hay que saber leer en la historia los importantes avances que en el orden social se han conseguido por el empeño en la lucha de hacer valer los derechos que sustentan la esencia democrática, porque votar se ha votado desde hace siglos, pero el progreso hasta lograr que toda persona tenga idéntico derecho al voto y a ser votado ha sido lento y costoso.
Que el orden social establecido satisfaga a todos los ciudadanos se considera una quimera, ya que la justicia la entiende cada persona en función de su interés, por lo que a lo más que puede aspirar el consenso en el orden social es a determinar qué conceptos de justicia, equidad, tolerancia y solidaridad son compartidos por una relevante mayoría de la sociedad. Precisamente es en esos consensos desde donde cabe considerar la necesidad de una revolución, cuando los poderes vigentes no son capaces de escuchar y satisfacer a esa mayoría.
En cada cultura los derechos se contemplan con una visión particular, de modo que los objetivos de la revolución en el orden social responde a prioridades distintas en los diversos países, pero en cuanto la globalización sirve de vaso comunicante de las inquietudes de los pueblos se sistematizan aquellas reivindicaciones que afectan al común de la sociedad, como la igualdad ante la ley, la independencia de la justicia, el derecho a la atención sanitaria, la igualdad de oportunidades en la educación, la salvaguarde de la nutrición, la seguridad ciudadana, la intolerancia con la corrupción, el derecho al trabajo, la cohesión social, la fiscalidad progresiva, etc. En cada comunidad la revolución plantea solucionar los problemas más perentorios, pero si la conciencia revolucionaria es auténtica no se renuncia a ningún valor social, aunque haya que que diferir en el tiempo la consecución de algunos al asentamiento de los anteriores, aunque en la mayoría de los países los paquetes de derechos se apuntalan unos a otros, tanto como las estructuras más reaccionarias al cambio se entretejen impidiendo su revocación.
Muy posiblemente el progreso el orden social se ajusta a los auténticos anhelos de los ciudadanos sólo cuando sus líderes son capaces de definir inequívocamente los objetivos y los medios para su realización, ya que de la ambigüedad beneficia siempre al poder establecido, aunque sea contestado por la mayoría, en parte porque siempre le queda la posibilidad de asumir las reivindicaciones más sensibles como propias, al menos hasta que la demanda de cambio haya perdido la fortaleza de la lucha colectiva.