PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 79                                                                                     MARZO - ABRIL  2015
página 7

SALARIO JUSTO

 
Existen ORGs que trabajan por conseguir que el salario que se paga a los trabajadores en los países en desarrollo sea el justo para que puedan llevar una vida digna. Muy posiblemente estas organizaciones quisieran no ser necesarias porque la humanidad hubiera tomado conciencia de que todos los salarios sean justos; mientras, su esfuerzo de solidaridad reúne dos fines: Lograr que un "comercio justo" avale que el salario con que se ha retribuido a los productores que han participado en la elaboración de esos productos les baste para ofrecer a su familia una vida digna, y llamar la atención de que una gran parte del comercio mundial se basa en la explotación de la mano de obra.
Con frecuencia se considera que la causa de que exista un "comercio injusto" depende de la debilidad de los Estados para imponer leyes razonables que protejan los derechos sociales, pero más bien hay que encontrarlas en la deriva de la competitividad de los mercados internacionales, que fijan los precios en función de la intención de beneficio y la capacidad adquisitiva de los compradores, buscando en el mundo dónde producir los productos al más bajo precio, sin tener en consideración si ese precio se logra explotando al productor, a veces incluso en régimen de semiesclavitud.
Desde hace décadas se debate la legitimidad del dumping en el comercio internacional. Puede existir un dumping más o menos aceptable cuando sólo afecta a criterios comerciales, pero el que debe ser intolerable es el dumping en el que el precio de producción la compañía importadora lo consigue en otro país en función de que vulnera los derechos de las personas, según los parámetros éticos del país importador, autorizando implícitamente realizar fuera del propio país lo que ha de respetarse en el propio. Las multinacionales que lo practican muchas veces logran su beneficio mediante el ocultamiento de las prácticas laborales que escandalizarían a los consumidores, cuando son precisamente esas compañías las que inducen que eso se haga así.
Un salario justo no quiere significar que haya de ser igual para todos los territorios, pero sí que en todos los lugares cubra las necesidades esenciales del productor y sus carga familiar. En unos países puede ser que existan coberturas sociales que se coticen mediante políticas fiscales adecuadas, en cuyo caso las empresas productoras deben pagar los tasas correspondientes, porque ello repercute sobre el salario, que puede ser más bajo o más alto según que más o menos prestaciones cubra la protección social establecida. Por ello evadirse de pagar las tasas supone tanta explotación como no pagar la mano de obra o la producción manufacturada a los precios reales de coste que se deducen de retribuir salarios justos.
Cuando la irreflexiva competitividad comercial es la que regula los precios de los productos de consumo, su proyección sobre los precios de producción puede contemporizar lo que ya hace siglo y medio Carlos Marx denunció en su primer tomo del Capital: Que la legitimidad de los salarios de la mano de obra se consideraran sólo según su fin en la producción, o sea, cuando garantizaran la supervivencia de los trabajadores para poder ser útiles para el trabajo. Esos criterios rancios del comienzo de la industrialización la sociedad desarrollada los ha superado, pero la globalización está permitiendo que en los países superpoblados en vías de desarrollo las compañías mercantiles extranjeras utilicen la necesidad de supervivencia como estándar de referencia para abonar unos salarios con los que lograr unos costes de producción favorables con los que competir en el mundo desarrollado. Basta que unas empresas apliquen criterios que ignoran los derechos de los trabajadores, para arrastrar a que el resto de las multinacionales se plieguen a los mismos criterios para poder competir. Para legitimar ese comercio internacional sería necesario que las instituciones internacionales supeditaran la libre competencia a regular en el origen de toda producción que los precios de las materias primas y mercancías se obtenían retribuyendo a sus operarios salarios justos.
 

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