PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 79                                                                                     MARZO - ABRIL  2015
página 9

ESPÍRITU LIBRE

 
La experiencia de la introspección que cada persona realiza respecto a su ser y su vida con frecuencia la dirige a cuestionarse qué es lo que posee de lo que la filosofía ha denominado espíritu o alma, pues lo que constituye su cuerpo se distingue sin problema. La intuición de la identidad del espíritu procede del reconocimiento de que en la vida personal existen efectos tan inmateriales como los pensamientos, los juicios, las sensaciones, las intuiciones... que, aunque la ciencia las conecta con la actividad neurológica, admiten también ser caracterizados por su inmaterialidad como una realidad independiente vinculada al cuerpo.
Una distinción clara entre cuerpo y espíritu es que el primero se alimenta de lo que recibe, el segundo de lo que crea y da. Es cierto que también el espíritu precisa recibir del mundo exterior las imputaciones informativas para formar las abstracciones sobre las que elabora sus juicios, pero una vez recopilado un conocimiento de la realidad circundante suficiente, se formaliza cada vez más de forma autónoma para su actividad interior. Por eso una gran parte del equilibrio emocional está en la ponderación de la mente entre lo que tiene que atender para lograr el sustento que satisface al cuerpo y lo que dedica a que el espíritu se complazca en la realización de su actividad creativa.
Como el conocimiento de sí el ser humano lo va realizando progresivamente según adquiere más experiencia en la vida, es lógico que durante la primera etapa de su vida la atención prioritaria sea la receptiva, por la constante percepción de conocimientos novedosos; más adelante, en la madurez, crece la tendencia a la introspección, en la que se comienza a valorar lo que se da por encima de lo que se recibe,  puesto que aquello es la obra propia de cada individuo y lo que se recibe consecuencia de la acción exterior. Ese itinerario se ve culminado cuando descubierto toda la trascendencia del espíritu, el hombre se centra en la contemplación del mismo como su mayor activo.
El domino de las técnicas de la interiorización que facilita el propio reconocimiento conduce a que cada vez se considere lo único necesario la serenidad para que el espíritu no se altere sino por lo que debe hacer, de modo que se alcanza un placentero vivir sin necesidad de ninguna aparente satisfacción; en ese estado es cuando se percibe la plenitud de la libertad individual, porque no se depende más que de sí. Cuando esto es así, no por ello el cuerpo cede en sus necesidades, las que la mente debe ocuparse en atender, por lo que esa dependencia a veces se convierte en una penosa carga, más mental que física, de modo que puede incluso llegarse a considerar al cuerpo como la cárcel del alma, al limitar la inmensidad de la inmaterialidad del espíritu.
 

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