La expresión de toda obra artística es la definición de su razón más profunda. Solamente en la medida que dice: trasmite, y sólo en la medida que se da esa transmisión se produce la comunicación artista-obra-público.

La genialidad del autor está en crear la obra. La expresión del autor es la obra misma, y en la capacidad de expresión de la materialidad de la obra por sí misma radica el arte.

Asignar una dimensión artística a toda obra de arquitectura podría estar en discusión, pero quizá, la discusión radique en diferenciar lo que es arquitectura de lo que sólo es construcción.

Esta diferenciación se podría plantear en adjudicar el rol de lo arquitectónico en la capacidad de lenguaje de una edificación. En la medida que exprese habrá añadido al de uso el valor de arte.

Con la valoración del arte puro en el primer tercio del siglo XX, la arquitectura en cuanto arte adquirió una doble significación: la expresión en sí de la forma y la expresión del fin mediante la forma.

A diferencia de otras artes, la arquitectura se construye sobre un elemento de hábitat que asume una función de utilidad: cada edificio alberga una finalidad. La disquisición está servida: La expresión artística del edificio debe comunicar de la finalidad del uso o, por el contrario, las formas arquitectónicas deben expresar por sí con independencia de la finalidad que pueda albergar la edificación.

Una nota se añade además a lo anterior: Hasta qué punto el valor expresivo de la edificación puede condicionar la utilización.

Quizá la arquitectura sólo se realice plenamente cuando la expresión sea capaz de aunar la formalización pura en el orden de espacios y formas con el lenguaje propio que comunique de por sí el mensaje del objeto constructivo y con la máxima prestación de utilidad para los ciudadanos que habitan, visitan o utilizan esa edificación.
 
 

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