PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 8                                                                                                       MAYO-JUNIO 2003
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MORAL Y ÉTICA


El uso en el lenguaje ordinario de ética y moral como sinónimos se contradice con la distinción semántica que en el lenguaje filosófico, de pensamiento o social tiende a acentuarse mediante la marca de rasgos propios atribuibles a uno y otro concepto.

La ética corresponde al posicionamiento de la conducta de acuerdo a la disposición de la propia conciencia. La evaluación de la idoneidad del acto se deduce del conocimiento intelectual, de la propia experiencia y del asentimiento social a un determinado comportamiento. La moral, en cambio, supone la adecuación de la conducta a la norma o principio regulador del bien o el mal. La moral es también un acto de conciencia que se deduce de la casación del conocimiento propio a una ley superior que determina, en mayor o menor afección, los actos humanos.
Estos distintos matices para la resolución de la propia conciencia, confieren a la ética y a la moral una significación de valores que derivan en gran parte de la filosofía global de pensamiento que se asume.
La relevancia de la ética en los últimos tiempos se encuentra vinculada a concepciones inmanentistas en la evaluación de la bondad del acto. En la medida que se acentúa la ontología material del ser, o sea, al hombre como objeto último de la propia reflexión, la evaluación del acto se supedita a la experiencia del bien o mal seguido del mismo para la humanidad.
La moral, en cambio, parece ajustarse a concepciones filosóficas trascendentes, en las que el hombre se sitúa como un ente de un sistema que le trasciende, y el bien o el mal derivado de sus actos lo serán en cuanto acordes a la ley que regula el sistema global. Las determinaciones, por tanto, para la conciencia no se derivan de la propia experiencia sino del conocimiento objetivo del sistema; entiéndase el mismo como un sistema informado por verdades trascendentes de naturaleza, religión, espíritu, etc.
La ética como especulación práctica sobre la experiencia del acto, juzga sobre todo el sentido negativo, el mal deducido del acto insolidario, el conocimiento del daño. El principio regulador de la conciencia para la ética será el de evitar el mal; siendo tanto más contundente con la experiencia del mal mayor y más evidente.
La moral, como conciencia especulativa, contrasta el comportamiento con la norma, desde la más general y elemental al conocimiento próximo de la misma, orientando el comportamiento tanto hacia el bien, por la adecuación a los principios positivos de la ley que ordenan el ejercicio del bien; como hacia evitar el mal, por la sanción que del mismo se hace en toda ley.
El juicio moral, en cuanto informado por una concepción trascendente de toda la realidad, puede considerarse más perfecto, pero la conciencia encuentra el escollo de tener que evaluar cuáles de las leyes que se le presentan realmente son objetivas y coherentes con todo el orden universal de la realidad.
La ética por su inmediatez, se presenta como mucho más contundente a la conciencia, y de ahí su relevancia en los asuntos que afectan al comportamiento social. La ética regularía así el juicio público sobre la conciencia en los actos externos de trascendencia social. La ética, para algunos, es la moral de la sociología.
Moral y ética van de la mano si consideramos la conciencia recta de cualquier persona, que le inclina a obrar el bien y evitar el mal. La experiencia que guía a la ética es la misma que justifica la adhesión a una creencia, nadie puede en conciencia seguir el precepto moral de una ley de cuya aplicación práctica se deriva la experiencia del mal: la ética que alumbra a toda conciencia conduciría necesariamente a cuestionarse la legitimidad de la norma de donde dimana la moral. De la misma manera la moral objetiva o subjetiva, previene o advierte a la conciencia sobre la experiencia del mal posible, ayudando a la conciencia lasa a cuestionarse sobre el bien o el mal repercutido a la sociedad como consecuencia de los propios actos.