PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 8                                                                                                       MAYO-JUNIO 2003
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ASOCIARSE






Una de las mejores terapias contra la marginación es la voluntad de participación en la vida social. El aislacionismo y la soledad en que muchas personas quedan relegadas puede ser consecuencia, no en pequeña parte, de un cierto complejo de singularidad que lleva a considerarse excluido del entorno social.

Entre otros muchos, uno de los factores que aísla es la enfermedad cuando imposibilita para el ejercicio de la vida habitual. La confrontación entre lo que uno era en su entorno, lo que la sociedad estandariza, la perspectiva de futuro y las barreras sensibles que se generan para la propia participación originan en muchos casos una corriente de inhibición que relega progresivamente a la persona al círculo de lo íntimo, que se constituye habitualmente como la antesala de la soledad.
El ideario de la moderna sociedad que valora la belleza, la salud, el consumo, el triunfo, el poder, etc. constituye un marco de referencia para la generalidad de los ciudadanos que desde él enjuician la propia y ajena conformación al mismo. En la medida que el defecto o la carencia se manifiesta, se afecta al sujeto de una lacra que conlleva un lastre para su consideración social. Lo normal que se da, que es la imperfección, se margina como lo anormal, por el contraste sobre la imagen de perfección artificialmente constituida como el modelo social por excelencia.
Lo que en otro tiempo suponía de exclusión social, quedaba amparado por al abrigo de la familia; hoy, en que el ámbito familiar, cuando existe, ha quedado reducido al mínimo, la automarginación a la integración se caracteriza por el complejo o temor a ser rechazado por la merma de facultades en un ambiente guiado por el interés y escaso en afectos.
Ante esta situación, lo más preciso es asumir la necesidad de asociaciorse, de volver a retomar desde la propia experiencia el proyecto social natural de la agrupación para la mutua colaboración.
Podría suponerse la asociación como una terapia de allegar recursos para paliar las carencias del individuo, pero el verdadero beneficio de la participación se consigue en la comunicación, en alcanzar a comprender a través de las relaciones con otras personas que lo principal y esencial de uno mismo sigue estando vivo. Asociarse supone el compromiso de hacer por los demás, salir de la monotonía de la soledad para percibir que aún uno es válido y útil, aunque sólo fuese para animar y ayudar a otros.
En los espacios donde la escasa natalidad genera aceleradamente una mayor proporción de gentes de edad, la mentalidad de un asociacionismo que estructure la mutua cooperación según las capacidades de cada cual, se está convirtiendo en una necesidad social; no sólo porque la asistencia social programada será incapaz de generar los recursos externos demandados, sino porque como consecuencia de la mutua atención las personas asumirán la terapia sicológica de valorar sus limitaciones en objetivos parámetros que les liberen mentalmente para sentir las energías positivas de su última realización.