AUSTERIDAD
La austeridad ha sido considerada desde la antigüedad como la virtud propia de quienes eligen llevar una vida sobria, bien porque las circunstancias les inducen a obrar así, bien porque no estiman disfrutar de los bienes del mundo, o bien porque encuentran en la austeridad el medio propicio para el ahorro y previsión de seguridad económica para el futuro. En cualquier caso representa una virtud personal y no social, ya que restringir por ley el bienestar o obligar al ahorro podría considerarse una represión de la libertad con la que cada persona, más o menos responsablemente, organiza la distribución de sus bienes. No obstante, en los últimos tiempos se comenta sobre la austeridad de la política económica como un objetivo lleno de contradicciones, ya que al mismo tiempo unos la consideran el camino propicio para la recuperación económica y otros la cerca que impide la expansión del crecimiento. Una paradoja así no parece que pueda proceder sino de que se englobe en ese término generalidades, lo que reclama una mayor especificación de las causas-efectos en cada aplicación que pueda considerarse relacionada con la austeridad. Por ejemplo, la consecuencia y finalidad de la austeridad no guarda relación, en lo que se puede en general denominar como apretarse el cinturón, cuando se refiere a los opulentos o clase media acomodada y cuando se dirige hacia la clase media baja o quienes están próximos al entorno de la pobreza, pues para estos las restricciones no suponen apretarse el cinturón sino sufrir el aprieto de la soga al cuello.
La austeridad, desde la perspectiva de la comunidad social, puede entenderse la contención en el lucro personal para lograr que en conjunto de bienes de la sociedad, la masa económica, no deje de atender a que todos alcancen la vida digna que se corresponde con el equilibrio entre el esfuerzo del trabajo y el bienestar que se dispone. Esta concepción desenclava la austeridad del consumo común por la racionalización en la distribución de la riqueza; que sin esa austeridad de los pocos que consumen mucho no se permitirá a otros muchos consumir un poco más.
La austeridad que imponen muchas instituciones económicas internacionales a los países en vías de desarrollo, la mayor parte de las veces no se dirigen a que se aprieten el cinturón en los beneficios de la producción los inversores extranjeros, mediante una política fiscal que redistribuya en el lugar una parte importante de la riqueza creada, sino la de una política de ajustes en las condiciones laborales locales para que sean competitivas, cuando esa competitividad no mide sino el volumen de riqueza que a esos pueblos les extraen las grandes potencias; cosa que se entiende únicamente considerando que sean esos poderes multinacionales quienes posean el control directo o indirecto de las instituciones internacionales, cuya acción nunca se dirige a eliminar los medios opacos que dificultan una repartición progresiva más justa de la riqueza mundial; como, por ejemplo, eliminando los paraísos fiscales, relativizando el secreto bancario, fomentando la trasparencia de los poderes públicos, expurgando las trampas del comercio mundial, etc.
La austeridad que globalmente el mundo necesita es que la practiquen en primer lugar los opulentos apretándose su cinturón, y de todos es sabido que para que el cinturón pueda reducir su circunferencia es necesario aceptar reducir primero la masa corporal, pues la física enseña que poco se consigue de apretar sobre un cuerpo que no cede.