PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 80                                                                                     MAYO - JUNIO  2015
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CULTURA DE LA INCULTURA

 
Los últimos decenios del siglo XX representaron años de contradicción para los partidarios de la cultura tradicional, ya que en ellos se desarrolló tan rápida la evolución de muchos criterios culturales que originó que no pudieran ser correctamente asimilados, tanto que quienes reconocían en esos movimientos una ruptura con lo anterior no dudaron en clasificarlos como contraculturales; algo que observado con cierta ecuanimidad un par de decenios después permite delimitar que contenidos se daban en esa revolución cultural de cultura, de incultura y de contracultura.
La riqueza cultural de esos decenios nadie puede ponerla en duda, en especial en lo que concierne a la difusión de la ciencia, la renovación tecnológica y la creatividad popular, pues una de las características de la cultura del siglo XX, especialmente en su segunda mitad, ha sido además de la renovación la de su universalización, pues, frente a siglos precedentes, las nuevas tecnologías han llevado a las escuelas y a los hogares no sólo los contenidos académicos de la cultura clásica y moderna, sino en gran medida la realidad creativa en tiempo real de lo que se innovaba en cualquier parte del mundo. Esa difusión tan inmediata ha favorecido mutuas influencias que no han hecho sido enriquecer el compromiso de la humanidad por la cultura.
La consideración de la contracultura como la contestación de la manifestación creativa respecto a los cánones clásicos tiene su sentido cuando se aprecia la voluntad de contradecir el valor de los contenidos estéticos precedentes y no el de superarlos por la amplitud de la mente al ensanchar el campo de los valores culturales. Desde ese punto de vista no puede ser descalificado como contracultura lo que se suscita desde nuevas sensibilidades creativas e interpretativas, sino sólo lo que directamente se dirige a desprestigiar, ocultar y destruir valores antiguos por ser antiguos, cuando su vigencia a través de los años no es sino la ratificación de su trascendente humanismo.
Caso distinto lo constituye el error social de considerar como cultura lo que en cada tiempo no son sino divertimentos y pasatiempos sin ningún valor creativo distinto de la simple ocurrencia o la sobreactuación recreativa con finalidad comercial. Es la distinción que se puede advertir entre los conceptos de masa cultural y la cultura de masas, pues mientras la primera supone la dilatación en la humanidad del interés cultural, la segunda indica la validación como criterio de cultura la adscripción a cualquier forma de ocio o diversión. Por ejemplo, hace cerca de cuatrocientos años el escritor Miguel de Cervantes en su libro Don Quijote de la Mancha realiza una irónica crítica de la cultura medieval vinculada a la literatura de caballería, cuya masificación había generado un ideario cultural desconectado de la realidad que ejercía efecto nocivo sobre la conciencia.
Existe una incultura que proviene de la carencia de formación intelectual y otra incultura que se genera por la degradación colectiva de la cultura recibida cuando la masa social relaja la preferencia de la satisfacción sensible sobre la intuición intelectual creativa. Cuando falta la implicación personal y un grupo social se acomoda a hacer de la cultura una actividad de consumo, ésta empieza a decaer al plegarse al acomodo público en vez de asumir el riesgo de la creatividad, la que con frecuencia cuesta conseguir que sea reconocida por la crítica y sólo muy paulatinamente suele ser aceptada por los ciudadanos, salvo para los que, por su inquietud cultural, buscan el valor de lo auténtico bajo cualquier forma de saber y expresión.
 

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