PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 81                                                                                     JULIO - AGOSTO  2015
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DESESPERACIÓN

 
La observación que una persona realiza de su carácter y su personalidad, mediante cualquiera de las técnicas de introspección, no siempre le refleja una realidad con la que la misma persona se sienta satisfecha, e incluso, a veces, la respuesta que el veredicto de la mente ofrece sobre sí mismo es tan negativa como  para repudiarse a sí mismo. Cuando esto ocurre, aunque sea en un grado relativo, se puede considerar que se ha descubierto un síntoma de uno de los peores accidentes que pueden perturbar la conciencia.
Se suele identificar la desesperación con la falta de esperanza, pero, respecto a su causa, puede depender más de una creciente rebeldía del interés por el entorno que actúa sobre el individuo, una especie de desamor que incita a no conceder la atención a nadie ni a nada, ya que sólo se aprecian efectos negativos de cualquier relación. Es cierto que la desesperación entraña la pérdida de la confianza que genera la esperanza que proviene de un afecto, correspondido o no, que es el que anima a sostener la relación; no obstante, el afecto no se pierde por carecer de esperanza, sino que la esperanza desaparece porque se renuncia al afecto.
Cuando, por el enfado contra el mundo, se odia la realidad que se debe afrontar cada día, disminuyen progresivamente los motivos que ofreen una recompensa del sentido de utilidad de la vida, ya que poco a poco, conforme se reducen las relaciones, desaparece la oportunidad de sentir por algo la satisfacción del deber cumplido, que es lo que anima el sentimiento de felicidad, del mismo modo que, mientras menos se quiere a los demás, menos oportunidad hay para reconocerse querido, por la pérdida de la sensibilidad para valorar lo que es el amor, que siempre supone una proyección de buscar la felicidad de otro ser.
Detectar síntomas de desesperación pueden ir vinculados a patologías depresivas, desengaños sentimentales, pérdida de seres queridos, precariedad laboral, reveses económicos, etc. En casi todos los casos, sin embargo, las dificultades sobrevenidas externas encuentran un lecho para germinar el rencor a la vida social en una personalidad fundamentada en la pasividad de la acción constructiva, cuando sobre la perspectiva del quehacer por los demás domina el acomodo a vivir de los favores ajenos, que cuando fallan encuentran debilitada la propia capacidad de reacción. La excesiva dependencia de la familia, de los amigos, de la protección social, si se conciben como una garantía de seguridad en vez de un compromiso de esfuerzo mutuo, pueden desembocar en un desengaño efectivo que no es sino el reflejo real de la atonía de la propia personalidad.
Reaccionar a la desesperación desde la subjetividad que ofrece una introspección  puede parecer imposible, por ello la solución más recomendable cuando se perciben sus indicios, es acudir a una terapia de grupos dirigida por un profesional de la sicología, que sea capaz de ofrecer un punto de escape de luz donde la propia conciencia no descubre más que la oscuridad del túnel, apoyando ese recorrido hacia la salida en la creciente solidaridad dentro del grupo, que no hace sino desempolvar las esencias de la perspectiva perdida del interés por la atención mutua.
 

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