DESGARRE DEL AMOR SOLIDARIO
La solidaridad entre las personas presenta tan diversas manifestaciones que puede identificarse inspirada por la compasión, por la justicia, por la magnanimidad, por la lealtad... pero también por la ternura y el amor, sobre todo si se entiende por solidaridad el compartir afectos por encima de apoyos materiales. El origen de toda solidaridad surge de un acto de relación, que pone en contacto emocional a seres capaces de hacer suyas necesidades ajenas. Esa capacidad de obrar así se asimila a lo que puede definirse como amor entre personas, cuando el fin que se procura no es otro sino el deseo de la felicidad ajena. Así, según el compromiso que se empeña en conseguir esa felicidad ajena se puede hablar de grados de solidaridad en la escala que va de facilitar la felicidad derivada de la satisfacción de una necesidad, a implicarse en hacer de la felicidad ajena parte de la propia felicidad. Esa aplicación del propio sentimiento es lo que hace de la solidaridad una fuente de enriquecimiento personal tan amplia como la sensibilidad permite entrelazar una vida personal con la de otros, pero también amplía la probabilidad de sufrir desgarres por la quiebra en el amor.
El orden natural del sentimiento lleva a considerar como ley natural el derecho a gozar de una perspectiva de felicidad proporcional a la proyección de vida, desde la concepción más simple de que vivir supone el substrato de toda felicidad, de ahí que a niños y jóvenes se les reconozca un derecho a ser felices vinculado a los muchos años de vida que se les presupone. El que en esa consideración de la felicidad no se incluya a la conciencia, que es la verdadera remuneradora de la felicidad, se admite porque nadie puede conocer lo que pasa y pasará en el interior de cada alma humana, por lo que se le adjudica, al menos, el derecho a gozar de la felicidad probable de alcanzar.
Ligar, por el amor empeñado, la felicidad propia a la ajena se realiza desde la intención más positiva del derecho ajeno a la felicidad. La causa mayor de los desgarros ligados a ese comportamiento proceden de las causas, naturales o accidentales, que truncan las perspectivas de felicidad consideradas para esa persona. El mayor desgarro del amor proviene precisamente de la muerte de con quien se comparten lazos de profunda amistad, tanto más cuanto la perspectiva de vida era mayor, y ese desgarro proviene por el hecho fallido de no poder ejercer el compromiso de hacer feliz a quien se procuraba hacer realidad ese derecho.
Quienes han elegido el ejercicio de la solidaridad como parte de su compromiso vital, cooperando y trabajando en mejorar una justicia que facilite en la satisfacción de la realización personal el reconocimiento de la emoción de la felicidad propia y ajena, deben asumir el riesgo de que la afectividad implicada se expone de continuo al desgarro de que a quienes se les fortalecía para posibilitarles condiciones de vida más proclives a gozar del derecho a la felicidad sufran una desestabilización natural o emocional que les impida progresar en los objetivos propuestos. Esos desgarros en el alma comprometida con la felicidad ajena sólo alcanzan consuelo, que no compensación, de quienes en ese plus de felicidad añadido a sus vidas devuelven una amistad con idénticos sentimientos.