DEL ABSOLUTO
La distintas acepciones que la lengua reconoce del término absoluto ya dicen sobre lo indefinible de la misma voz, ya que definiciones como "ilimitado", "separado", "total", "independiente", "que excluye cualquier relación", sólo identifican cualidades o características que se pueden atribuir a ese término, o sea lo que comprende el absoluto, pero no lo que es, que sería lo adecuado al nombre, pues las definiciones indicadas ayudan más a concebir la voz en su acepción adjetiva o determinativa de otra realidad, como cuando se habla de "absoluto silencio", "absoluta soledad", "absoluta ausencia de relación", "absoluto poder", etc. Esta complejidad para definir en el lenguaje absoluto no debe extrañar, pues la misma filosofía a lo largo de los siglos cuestiona qué sea el absoluto y si su existencia concierne a la realidad o a un ente de razón.
Una definición clásica que la filosofía da del absoluto es la de "lo que es por sí mismo", que define por oposición ontológica entre el ser que admite causa y el que se excluye de ser causado. La crítica respecto a la posible realidad de lo que no tiene causa, desemboca en redefinir lo absoluto como "lo que es causa de sí", o sea que la causa de su ser radica en su propia forma de ser. Esta definición no entraña que lo absoluto abarque lo total, pues ser causa de sí supone no tener una causa ajena determinativa de ser, pero no necesariamente que sea la causa de lo demás. Esta atribución a lo absoluto de ser causa universal proviene de excluir en cualquier otro ente ser causado por sí mismo, pues ello conduce a que lo que es causa de sí es lo único que puede ser causa de ser de todo lo demás que exige para ser una causa distinta de sí.
Ni la razón mental ni la experiencia desde lo sensible pueden asegurar el conocimiento del absoluto, pues una como otra conocen a partir de la percepción de la materia y sus relaciones. Tanto la materia como los accidentes que la exteriorizan, que fundamentan el saber experimental y científico, dan a conocer cada elemento material por la composición que lo define y lo diferencial de cualquier otro elemento, aunque todos ellos poseen en común la característica de composición. Toda la materia conocida es un ser compuesto de partes que especifican una posible existencia independiente y anterior al ser compuesto, por lo que ninguna cosa material puede identificarse con el absoluto, ya que en cada parte de la composición se haya implícita la causa proporcional del ser compuesto. Se especula desde esta experiencia con descubrir la partícula material simple, que careciendo de partículas constitutivas pudiera considerarse desde esa condición causa de sí misma, pero para que pudiera ser absoluta requeriría también poderse demostrar su eternidad y su inmutabilidad.
Aunque el saber científico no ha sabido encontrar en el cosmos la identificación de ningún ser absoluto, la intuición filosofía, como ciencia especulativa, ha identificado el absoluto con un ser inmaterial, eterno y simple, que por esas cualidades le permitiría ser causa de sí mismo y causa de otros seres existentes. A este ser, en la historia de la filosofía se le ha denominado Dios. Su realidad existencial se ha predicado a partir de lo causado, no del conocimiento del modo de ser causa de sí mismo, pues siendo espiritual no admite conocimiento alguno desde la percepción, sino únicamente desde la intuición intelectual de la generación causal; esto hace que muchos filósofos objeten admitir esa demostración como la de una existencia real, asimilándola a la de un ente de razón, con o sin fundamento in re, o negando incluso la posibilidad de realidad de un absoluto distinto de su mera elucubración.
Entre la realidad material, incapaz científicamente de ser identificada con el absoluto, y la espiritual, donde se puede definir desde la predicación especulativa, cabe considerar qué relación puede tener con el absoluto la conciencia humana. Cada ser humano se sabe determinado por su materia corporal y por la experiencia de su conocimiento sensible sabe que su sustancia corporal no es causa de sí mismo, sino que se genera por los actos propios de la reproducción fisiológica. Por otra parte, intelectualmente se reconoce como un ser libre, o sea indeterminado, con capacidad de decidir su destino, gestionar sus sentimientos, elaborar aplicaciones intelectuales, reinventarse. Si la conciencia posee un modo de ser diferenciado de los demás objetos materiales: ¿Cuál es su naturaleza? ¿Es una sustancia simple o compuesta? ¿Relativa o absoluta?
La teoría filosófica tradicional identifica la conciencia como una facultad de una real sustancia espiritual del ser humano, a la que desde la antigüedad se denomina alma. Pensadores más modernos defienden que la conciencia no es una sustancia distinta de la materia corporal, sino la aplicación de la abstracción mental al conocimiento del propio comportamiento. Si se niega la realidad de la sustancia espiritual en el ser humano, no cabe consideración posible de la conciencia como un absoluto. Si se concibe esa naturaleza espiritual como la que sustenta el modo de obrar con libertad, exige la existencia de sustancia distinta a la material, ambas entre sí unidas e interrelacionadas, pero manteniendo la independencia propia de que una no determina a la otra, sino la informa, de modo que los actos de la conciencia suponen juicios e intuiciones intelectuales que responden a las ideas que se articulan sobre las computaciones del conocimiento sensible que siguen a la percepción; distinguiéndose entre las respuestas las materiales que siguen una secuencia del modo de obrar propio de la materia corporal, y las respuestas intelectuales provocadas desde el libre juicio de la razón. La primera consecuencia de la consideración de esta naturaleza inmaterial de la conciencia humana, distinta de la naturaleza corporal humana es que, no teniendo su causa en la materia, es una realidad individual para cada persona. ¿Es entonces un absoluto? Por la vinculación a cada cuerpo se puede asegurar que cada persona no es un absoluto, pero considerada cada conciencia en sí, no determinada sino infamada por el cuerpo, cabría ser absoluta si no fuera porque la experiencia intelectual que el ser humano tiene de su conciencia no le asegura que sea causa de sí. Este escollo lo han querido salvar filósofos defendiendo la conciencia personal comoparticipación de una conciencia universal, incluso quien adjudicándola una dimensión panteísta como partícipe de la conciencia de Dios, pero ello es difícil de aceptar sin que la propia conciencia individual tenga noción fundada de esa totalidad.