PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 83                                                                                     NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2015
página 5

FANTASÍA Y VANA ILUSIÓN

 
La imaginación es la facultad de la mente que permite, a partir de conocimientos varios derivados de abstracciones formadas desde percepciones distintas, formar ideas irreales, pero posibles al menos a nivel de abstracción especulativa. La irrealidad que aborda la imaginación comprende conceptos objetivos y subjetivos; unos y otros pueden variar en función de las determinaciones de tiempo y lugar, pues conceptos irrealizables hace siglos hoy son realidades tangibles, y lo imaginado por unas personas como algo irreal, para otras puede representar algo real, aunque futuro.
Con frecuencia la activación de la imaginación en la mente sugiere idealizaciones que provocan dos modelos distintos de adhesión intelectual: La fantasía y la vana ilusión. En la fantasía todos las representaciones se identifican como fantasmas imaginarios pertenecientes a un mundo irreal --al menos para el que las piensa--, por lo que su efecto sobre la voluntad no crea ninguna vinculación de ésta al imaginario irreal, sino una simple repercusión sobre la realidad habitual, como, por ejemplo, en el entretenimiento o la diversión. En la vana ilusión, en cambio, surge un cierto compromiso de identificación del conocimiento con la irrealidad material imaginada que induce a la voluntad a desear seguir los actos propios de esa irrealidad. Mientras la fantasía delimita perfectamente en la imaginación qué es real y qué no, la vana ilusión tiende a confundir los límites entre lo real y lo irreal, y así escogiendo la voluntad seguir los actos de la ilusión se distancia progresivamente de la realidad a la que pertenece.
La fantasía y la vana ilusión se diferencian en una posición de partida intelectual distinta para interpretar el contenido de la imaginación. La fantasía asume conocer lo irreal como irreal, admitiendo sólo en ciertos casos como posibilidad la evolución que pueda transformar esa irrealidad en real. En la vana ilusión, sobre el conocimiento incide la apetencia de la voluntad para admitir como una intuición la posible realidad de lo irreal, de tal modo que logra confundir al entendimiento respecto a la adhesión a lo irreal, considerando éste en la experiencia de esa adhesión distinguir la propia irrealidad.
La banalidad de la ilusión siempre procede de una debilidad intelectual, pero el ser humano, por la sensibilidad hacia lo abstracto que dirige sus sentimientos, es muy proclive a caer en la intuición desacertada que confunde la idoneidad de los medios para alcanzar el fin, en especial cuando esos medios aportan la carga emocional que el hedonismo reporta de la consideración del valor de sí. Así, cuanto más imaginativo se es --lo que favorece por la interiorización el conocimiento de sí-- más proclive también se es, buscando salir de la rutina real, a especular sobre las ilusiones inmateriales y la fantasía ensoñadora que libere el espíritu; lo que obliga a conocerse bien para discernir los límites que no arrastren a seguir derroteros ilusos que no proporcionan sino la autoexclusión de la responsabilidad en mantener la realidad del entrañable entorno social.
 

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