LA PERVERSIÓN DEL CAPITAL
Aunque el siglo XX se caracterizó por las crisis política, que generaron las grandes guerras, y la confrontación de los sistemas sociales del capitalismo y el marxismo, que movilizó la anterior controversia de patronos y obreros hacia la lucha entre capitalistas y proletarios, lo que en verdad se generó calladamente en su entraña fue la perversión de la economía capitalista desde su fin industrializador al especulativo, por la que el capital pasó de ser un medio de producción a convertirse primero en el fin mismo de toda producción, y más tarde en el medio especulativo de su propia reproducción.
El siglo XXI se proclama como la victoria del sistema social del capitalismo y la democracia, representado especialmente en las causas y efectos reales de la caída del muro de Berlín, pero pronto la crisis global avenida desde la gestión económica dictada por las grandes potencias ha hecho revivir las contradicciones latentes que la sociedad lleva arrastrando desde el siglo anterior, porque aunque la riqueza global prospera la cohesión social no sigue la misma tendencia. Por más que la experiencia ha mostrado como el camino más eficaz de progreso el fomento de la iniciativa privada, el capital llamado a hacerlo realidad ha perdido la fe en la rentabilidad de su inversión, por lo que la economía global está siendo monopolizada por quienes entienden el trabajo como un medio al servicio de la recapitalización especulativa y no el capital al servicio de la génesis del progreso tecnológico que pueda favorecer tanto la liberación de la penalidad laboral como la servidumbre social.
Sólo si el capitalismo retorna a su concepción de medio de financiación de la iniciativa privada de los emprendedores, aliándose honradamente con trabajadores y ejecutivos en un proyecto común de gestión de beneficios, se puede esperar que el mismo sirva para un progreso sostenido de la cohesión social que sirva tanto para el apuntalamiento individual como el colectivo, sea porque la repercusión del progreso se transmita directamente a la disponibilidad de rentas para los ciudadanos o mediante la financiación de las protecciones sociales, porque ambos sistemas pueden servir, directa o indirectamente, al bienestar social.
Aunque el crédito, que es lo que el capital presta en dinero y en confianza, no se puede considerar un derecho individual, sí debe configurarse como un medio estructural del sistema de libre mercado --el que puede estar más o menos regulado desde la política--; pero el capital se agota en su buen fin cuando, en vez de financiar objetivamente la industrialización y la dinámica tecnológica que garantiza en progreso sostenido a largo plazo, se dirige a la especulación cortoplacista de realimentarse en los mercados del capital, cuyo beneficio derivado de la concentración de poder para operar desde posiciones de dominio hacen que ese mismo capital no esté revirtiendo en favorecer la inyección de recursos al sistema productivo, que se queja de desamparo, aunque muchas veces sean los mismos ahorradores los que sin percatarse favorecen esa perversión.