PRIORIDAD DE SER
Con frecuencia muchos ciudadanos se preguntan por qué existen ideologías tan dispares en su concepción de cómo debe organizarse la sociedad, si los seres humanos somos lo suficientemente afines como para tener parecidas prioridades, semejantes gustos y fines compartidos. Las diferencias que afloran no proceden de la diversidad de civilizaciones y culturas, pues las disparidades se dan entre las personas de un mismo país, a las que se les adjudica una misma historia. Para entenderlo, desde lo que puede aclarar la filosofía social, se ha de indagar en la estructura profunda de la generación de la sociedad, porque debe ser allá donde se pueda constatar las ideas que divergen todo el pensamiento posterior.
En la misma raíz de la conformación de la sociedad se pueden considerar dos elementos esenciales de la configuración social: Los ordenantes-ordenados y el orden, identificando como ordenantes y ordenados a las personas, y como orden a las instituciones en sí. Cuando las individuos se aproximan unos a otros para entenderse, se establecen relaciones informales que en la medida que se consolidan originan reglas de comportamiento que se constituyen como referencias de la buena costumbre y modo ejemplar de consensos en el mutuo interés. Hasta ahí ese comportamiento se puede apreciar incluso en muchas especies animales. Lo que las personas humanas han añadido para convertir la colectividad en sociedad es la creación de instituciones estables que ordenan de modo estructural esa común convivencia. Muy posiblemente la causa de esa creatividad institucional estable esté ligada a la intuitiva capacidad sistemática de la mente, de donde surge el ilimitado lenguaje humano como modo ejemplar de organización de las ideas. Cualquiera que haya sido el proceso de su construcción, toda sociedad constituida requiere personas e instituciones.
Aunque las personas hayan sido quienes han diseñado las instituciones, una vez estas constituidas tienden a mantenerse con vida propia, e incluso a sobreponerse sobre las personas, fundamentando esa supremacía la concepción de que las personas pasan y las instituciones quedan. Las instituciones --que también desaparecen-- encarnan, además del servicio inmediato a los ciudadanos, el ideal de supervivencia y proyección humana a un futuro sin término. Ese peculiar modo de realidad que las instituciones poseen las diferencian tanto de los elementos de la naturaleza como de los seres existentes, pues ni están en la cadena de la evolución material, ni tienen vida distinta de la que les conceden los seres humanos que las sostienen.
La sobreexistencia de las instituciones a las personas que las generaron engendra el problema de su homologación por las generaciones posteriores, porque dado que las personas nacen en el seno de un orden social ya configurado por esas instituciones, puede establecerse el conflicto de si la preeminencia en el orden social la detentan las instituciones restringiendo la libertad de los nuevos ciudadanos. Ese problema en gran parte se conserva hasta nuestros días en la estructura profunda de la raíz de la sociedad, habiendo generado, como si dijéramos, troncos distintos en los que unos reconocen la prioridad de la soberanía del ser de cada individuo sobre las instituciones, y en otros la determinación de las instituciones restringiendo de ámbito de la libertad del ser humano.
De varios modos distintos se refleja esa disparidad de la preeminencia de las instituciones sobre las personas --que tanto influjo ha tenido a lo largo de la historia-- en la filosofía y corrientes de pensamiento moderno. Por un lado está el tradicionalismo o conservadurismo, que valorando la trascendencia vital de las instituciones respecto a las personas hacen de la costumbre arraigada norma de ley y conducta para las nuevas generaciones. En parecido fundamento, pero con sistematización muy distinta, formula el materialismo histórico la preeminencia de la proyección histórica de las instituciones sobre las personas en la concepción dialéctica de la razón existencial de la sociedad. Entre esas mismas concepciones institucionalistas se podrían concebir todas clases de teocracias religiosas y aristocracias filosóficas que desde el dogmatismo moral gobiernan sectas, etnias e incluso países. También entre las comunidades con un claro influjo institucional se podrían considerar los partidos políticos y asociaciones que veneran desaforadamente los principios de sus orígenes sobre la realidad cambiante.
Entre las ideologías sociales que defienden la prioridad de la libertad personal en cada nueva generación están todas las tendencias liberales que proclaman para las instituciones la mínima determinación sobre la sociedad, dejando a la libre iniciativa la permanente creatividad social que ajuste en cada momento el modo de ser de las necesarias instituciones a las demandas de la sociedad. Otras corrientes de pensamiento reformistas admiten la vigencia y puesta en valor de las instituciones nacionales como garantes de protección social y efectivo derecho de la igualdad de oportunidades frente a la desigualdad heredada, pero caracterizando a esas instituciones como organismos dinámicos, eficaces y trasparentes a su permanente renovación.
La aparente mayor victoria de la prioridad del ser vivo sobre las instituciones caducas sea la democracia universal que permite adaptar las instituciones a la voluntad popular. No obstante, muchos sistemas democráticos nominales se institucionalizan para restringir la libertad de sus ciudadanos mediante estructuras legales que dificultan la evolución del sistema al cambio pertinente de las formas de ser de cada nueva generación.