PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 86                                                                                     MAYO - JUNIO  2016
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MATERIALISMO RELIGIOSO

 
Se conoce como religión aquella actividad espiritual que relaciona a una persona con Dios, considerado éste como un ser absolutamente espiritual, pues cualquier ser o elemento material que le definiera correspondería a un compuesto de partes reducibles hasta los elementos más simples que definen a toda la materia, como los átomos y las partículas, que determinarían una forma de ser y obrar condicionada, contraria a la indeterminación distinta de sí que se presume como el atributo esencial de Dios. Esa consideración de la espiritualidad de Dios es la que soporta la idea de la configuración de un alma en el ser humano igualmente espiritual, semejanza formal que posibilitaría una relación intuitiva entre seres inmateriales. Con independencia de que se admita que el ser humano desde su intuición racional haya descubierto la necesidad de un ser trascendente, o porque Dios se lo haya revelado, cualquier hecho religioso debería sustentarse en esa espiritualidad que exige del ser humano la distinción entre alma y cuerpo.
Al cuerpo le corresponde una forma de ser propia de la determinación de la ley material; al alma, la correspondiente a la creatividad de la intuición espiritual limitada a la configuración capaz de su razón intelectual, la que conjuga el universo posible de su abstracción mental. La definición de esa distinción y unión entre alma y cuerpo es la que justifica la libertad para pensar y obrar y, al mismo tiempo, condiciona y limita la libertad de esa creatividad, pues de todo lo abstracto posible de ser intuido sólo puede ser pensado lo posible de ser reducido por la capacidad mental.
La paradoja que se produce entre religión y las religiones es que mientras la primera se define como un acto espiritual del alma, la segunda se percibe como un conjunto de determinaciones materiales que la caracterizan como una realidad social. Un hecho espiritual religioso es absolutamente libre de acuerdo a la conciencia individual; como acto formalmente acorde a una religión se acepta por su adecuación material al entorno de una comunidad y una determinada doctrina. A la ausencia precisa de estructura material para el ejercicio de la relación personal entre dos sustancias espirituales como el alma humana y Dios, las religiones se dotan de templos y otras estructuras como enseñas de la materialización de su realidad social. El carácter personal del trato individual del hombre con Dios se relativiza con la configuración de jerarquías y grados que personalizan el modo de ser de Dios.
Las religiones han justificado su estructura material como un medio, no un fin, pero ello no elimina sino que proclama cómo el medio puede inducir al fin, así como el cuerpo induce al materialismo de la conciencia humana. Cuando esto se produce, las religiones comienzan a perder su soltura espiritual para ir haciéndose tan espesas como las tramas de las relaciones materiales las determinan. Un indicador de esa materialización es la competencia por el poder del orden temporal, que como todo poder restringe la libertad, lo que injustificadamente se puede predicar como una forma de inducir a la espiritualización de la sociedad, ya que ésta sólo es auténtica si procede libremente del fondo de la conciencia. Todo lo material de las religiones es prescindible; sin embargo, lo que incide en el debilitamiento del espíritu repercute en el decaimiento religioso. Ese contagio de materialismo en las religiones se muestra también en la excesiva importancia que se puede prestar a los medios materiales que utiliza para su difusión: Libros, imágenes, lugares, ritos, vestimentas, etc. pueden ser falsamente idolatrados si pasan de ser considerados como medios ilustrativos para ser valorados por los fieles como talismanes o amuletos con poderes mágicos, porque nada es religioso por sí sino lo que procede de Dios.
El valor que el ser humano otorga a su cuerpo, y por extensión a todo lo que satisface al mismo, puede entrar en contradicción con los valores religiosos que el alma estima como su forma propia de ser, lo que la conciencia intuye del trato con Dios. Así valores como la solidaridad, la justicia, la caridad, la misericordia y el amor que predican las religiones pueden ser trascendidos del mero deber humano a la exigencia religiosa cuando se practican con detrimento del propio interés, o sea, si se anteponen al cuidado y atención legítimos de darse uno mismo.
 

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