ETERNA JUVENTUD
Entre los lemas más difundidos en la sociedad sobre sus preferencias utópicas está la del deseo de la "eterna juventud". Muy posiblemente entre quienes disfrutan de la juventud en razón de su edad no comprenden por qué se ha de desear con esa vehemencia un estado en el que se depende en tantas cosas de los más mayores, quienes a los ojos de ellos son los que realmente disfrutan de las posibilidades que garantizan la libertad. Claro está que los mayores --cuantos más mayores, más-- son los que tienen bien experimentado cómo los años se llevan la vitalidad física, que es el soporte del vivir, y por ello no es extraño que añoren el pasado en el que la salud no preocupaba porque día tras día rebosaba como un don imperecedero.
La "eterna juventud" admite dos comprensiones relacionadas pero diferentes: Una respecto a la creatividad intelectual, otra, a la potencia física; la segunda claramente se considera vinculada a la potencia de las distintas partes del organismo del cuerpo humano para ejercer su función sin restricciones, mientras que la primera mantiene un equilibrio entre la degradación de la mente en su faceta computacional y la dinámica de la intuición y experiencia que infieren la razón. Aunque se pueda afirmar que la memoria y los reflejos mentales condicionados se debilitan con la edad de las neuronas, también es cierto que, si no existe una patología cerebral, durante muchos años se mantiene una muy aceptable capacidad intelectual, basada en la sistematización de la abstracción cognitiva, fruto de años y años de experiencia de las conclusiones del uso de la razón.
Para muchos, velar por el estado físico del cuerpo es la principal garantía de la "eterna juventud", olvidando el mantenimiento de la iniciativa creativa que caracteriza también a la juventud. Esa concepción de "estar en forma" como valor de juventud atañe tanto al estado físico como el estado mental. Mantener el idealismo sobre la resignación, la personalidad sobre el adocenamiento, la creatividad sobre la pasividad, la renovación frente al conservadurismo, la vitalidad a la decadencia, están más relacionados con el alma que anima la estima del propio ser para obrar que la percepción cuantitativa de lo que fortaleza física es capaz de lograr.
Puesto que el envejecimiento del cuerpo no se puede impedir --en la fase actual del desarrollo de las ciencias de la salud-- sino ralentizar, además de procurarlo con una vida sana, lo que más puede ayudar a "perpetuar la juventud" es seguir sosteniendo una vida intelectual creativa, innovadora, consciente incluso de la improductividad de la aplicación personal de esos progresos, pero sí del valor social que generan, al menos en cuanto que detener la prospección mental supone una pesada rémora para el grupo social al que se pertenece. El reto a asimilar los cambios sociales que propone y demanda la juventud que representa cada nueva generación supone un ancla a esa edad mental para los que, ya comenzado el declive de la integridad física, no desean que la misma arrastre la potencialidad de su capacidad intelectual. Si no se puede evitar el tránsito a la muerte, al menos que el mismo no suponga la inconformidad moral con la continuidad de la vida.