INMORTALIDAD CULTURAL
Aunque la cultura se puede considerar un hecho imperecedero en sí, por la extensión y transmisión que su contenido en general adquiere de generación en generación, también hace que algunos de sus artífices pasen a la posteridad. Un ejemplo actual de esa inmortalidad de algunos autores es la magna celebración de los 400 años del fallecimiento de Cervantes y Shakespeare, que una casualidad del destino vino a juntar en un mismo día. Vivir después de la muerte en la valoración y contemplación de una obra se puede pensar que nada aporta de más a la vida del autor, pero sí lo es cuando su creación cultural refleja ese sentido de trascendencia con el que trabajó. La inmortalidad de esa persona y su obra culminan la realización creativa de su personalidad.
Cervantes es uno de esos autores que procura la trascendencia literaria de su obra, tanto en cuanto al contenido filosófico y moral como en el esfuerzo por la difusión que le garantice a su muerte ser lo suficientemente conocido para no pasar desapercibido en el círculo cultural contemporáneo que pueda perpetuar su consideración.
Aunque la obra de Cervantes abarca poesía, dramática y prosa, su inmortalidad universal está ligada a una obra y a un personaje: Don Quijote de la Mancha. Va a ser la marcada caracterización de ese personaje --con valor icónico-- la que va a abrir al autor las posibilidad de trascendencia que no va a desaprovechar. Inspirada su novela en la trama del Entremés de los romances, anónimo, aprovecha el autor crear una parodia de los libros de caballería, como muestra de la precisa renovación cultural que exigen los nuevos tiempos, de cuyo éxito no está seguro incluso cuando prologa la edición de la primera parte, tal como hoy la conocemos, pues está muy extendido en la crítica especializada que pudiera haber existido una versión independiente previa de una obra, por él mismo redactada, que abarcase los seis o siete primeros capítulos, con el argumento de la presentación, primera salida y regreso de Don Quijote.
Lo que caracteriza a los genios de cualquier disciplina artística es saber descubrir cuándo la inspiración proporciona una materia para hacer una obra excepcional. El recurso encontrado por Cervantes en la peculiar personalidad del protagonista creado para la pequeña novela que inicia el Quijote --que podría haber quedado como una más de sus Novelas ejemplares-- es la que le sirve para descubrir que tiene la posibilidad de escribir una obra innovadora, en la que fundiendo en su estructura recursos de la novela de caballerías, la novela cortesana y la novela bizantina, lo esencial y característico va a ser la omnipresencia del ideal irreal de su personaje para plasmar qué corresponde a la vida real y qué a lo ya superado, como manifestación del cambio preconizado por el Renacimiento sobre gran parte de Europa. Saber que tiene entre sus manos una obra proclive a recompensarle el valor no logrado con otros trabajos es lo que le hace perseverar en su empeño hasta completar la novela publicada en 1605. La segunda parte del Quijote tiene su génesis en la usurpación de la idea por pare del apócrifo de Avellaneda. Consciente el autor de la posibilidad que su obra había dejado abierta a quien ambicionara valerse de su éxito, Cervantes, para evitar más intrusismo en su creación, decide cerrar la obra con una segunda parte que concluyera con la muerte de su protagonista. Esto demuestra cuánto estimaba la protección de su genio literario, quizá pensando que legaba una trascendente novela crítica de la cultura de la época en que vivió.