RADICALIDAD DE LA CONCIENCIA
La intuición de sí de la conciencia constituido uno de los enigmas de los pensadores de todos los tiempos. El conocimiento de la realidad de la conciencia no deriva del conjunto de percepciones que cada persona recibe del mundo exterior, o sea, consecuencia directa de la sensibilidad, como puede ser el conocimiento abstracto, sino de las reflexiones de la implicación de la propia personalidad en las respuestas al impacto de las ideas derivadas de esas percepciones. Por eso la conciencia es personal e intransferible, tanto o más que el código genético, pues este puede ser descifrado por la ciencia, mientras que el acceso al interior de la conciencia sólo está reservado a la reflexión intelectual del propio individuo.
La conciencia es el núcleo de las decisiones trascendentales del ser humano, pero, dado que la persona también posee la capacidad mental de ofrecer respuestas condicionadas a las sugestiones del entorno, que la razón conoce y la voluntad admite, la definición de los límites entre esa determinación objetiva y la privacidad subjetiva de la conciencia queda comprometida al grado de reflexión implicada en cada respuesta, reflexión justificada sólo si se admite esa segunda flexión creativa y libre en el conocimiento del ser humano.
Cabe la discusión sobre si la conciencia del conocimiento de sí, distinta de la percepción como entidad material corpórea que deriva de la percepción sensible, es generada por intuición innata o consecuencia de la aprehensión intelectual del ejercicio de la libertad. Discusión que implica a la definición de la esencia de la conciencia como sujeto y como objeto del conocimiento intelectual.
Independientemente de lo que las disciplinas del pensamiento definan respecto a la conciencia, en cada persona existe una intuición interior sobre la misma identificándola como el núcleo de la responsabilidad de las decisiones trascendentes, no sólo en lo que respecta a la adecuación coherente con la realidad del mundo exterior, sino como quien realiza la evaluación de la conformidad consigo mismo, sometiendo al dictamen de la razón la sujeción a la experiencia anterior o aceptar la incitación que motiva rectificar. Cuanto mayor sea el hábito de interiorización personal, mayor será la facilidad para juzgar la propia conciencia, porque toda valoración es consecuencia del resultado de un examen, y la voluntad de examinarse reporta por naturaleza una cierta prevención a hallar contradicciones.
Una de las características de la conciencia es su radicalidad, la que hace que el juicio propio sea poco moldeable a cómo se querría ser, pues el reconocerse tal como se es depende más de la razón que de la voluntad, en función de como se obra y no de cómo agradaría obrar, de como se es y no de cómo gustaría ser. Ese posicionamiento tan radical por la verdad que dirige la conciencia interviene como uno de los factores decisivos para alcanzar la felicidad.
Admitiendo una especificación de la felicidad como "el estado del alma que se alcanza por la satisfacción del deber cumplido", y considerando la conciencia como la esencia el alma, se puede deducir que la felicidad depende en un alto grado del deber que la razón justifica como adecuado al modo y manera propio de ser. Realizarse de ese modo, no obstante, exige no sólo una fuerte voluntad, sino también una inteligencia activa para intuir qué y cómo sucesivamente se debe obrar en el transcurso de la vida. Ello entraña advertir claramente los fines que se deben perseguir y cuáles sean las acciones concordes con las causas para lograr esos efectos. Ahí es donde la labor de examen de la introspección adquiere una trascendencia decisiva, en primer lugar sobre si el grado de felicidad que se posee es suficientemente satisfactorio, porque, si no lo es, procede descubrir cuáles deberes restan incumplidos y la determinación de reconducir el modo de obrar hasta detectar paulatinamente si las nuevas maneras generan la satisfacción en la conciencia que induce la felicidad.
Reconocerse infeliz por causas ajenas supone frecuentemente una gran dependencia emocional de la personalidad, lo que suele provenir de déficit de hábito de examinar la conciencia respecto a las posibilidades de ser.